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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO  /

 

Ya van dos amnistías que el aspirante presidencial del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador, ofrece. Para ambas, ha escogido a Guerrero como el lugar para anunciarlas.

La primera fue para la mafia en el poder, en Acapulco, en agosto de 2016, durante las conferencias llamadas Era Familiar Princess, que organiza el emporio empresarial encabezado por Juan Antonio Venegas. Esa ocasión tendió el puente de plata para aquellos que, en sus propias palabras, se roban 500 mil millones de pesos al año del erario público.

El sábado pasado, en su tercer día de gira por Guerrero, López Obrador hizo otro anuncio espectacular: si bien no fue un hecho ya concreto, sí deslizó la posibilidad de otorgar amnistía a los capos de la delincuencia para garantizar la paz en el país.

En ambos casos, estas acciones buscan garantizar la gobernabilidad ante la nada remota posibilidad de que finalmente logre gobernar la República.

Sin embargo, si se mira bien, hay recovecos en las dos propuestas que conviene analizar. Una de ellas es que por donde se le mire, la llamada mafia en el poder –políticos y empresarios que controlan todo en el país, y lo usan para su beneficio particular- y la mafia delictiva, no son otra cosa más que lo mismo.

Hay suficiente bibliografía para entender cómo se imbrican el poder político y el narcotráfico, pero especialmente es recomendable Los señores del narco, de Anabel Hernández, que detalla, con abundantes testimonios y referencias documentales, cómo el gobierno ha operado junto con los cárteles y cómo las policías y el Ejército han servido para apuntalar a uno u otro grupo delictivo y  desactivar a los contrarios.

Una amnistía para la mafia en el poder significa olvidar los pecados de quienes han saqueado a la Nación, dejarlos con sus fortunas a condición de que, como dice López Obrador, se acabó la robadera. En el caso de los capos del narco, es el reconocimiento del Estado de su incapacidad para someterlos, así que decide mejor perdonarlos. ¿Quién garantiza que una vez perdonados, con su capital amasado, convertidos en prósperos e influyentes ciudadanos, vayan a abandonar un negocio que ha sido tan lucrativo?

Absolutamente nadie. Los nuevos grandes empresarios serían como los actuales grandes empresarios, que no resisten la tentación de lavarle dinero al narco, que no se aguantan la forma de ganar más dinero.

No parece ser, pues, el camino de la amnistía, otra cosa más que una claudicación. Si se mira el ejemplo ce Colombia, con quien a menudo se compara México, se verá que en ese país centroamericano casi 30 por ciento de su clase política fue sometida a proceso. ¿Por qué nosotros hemos de perdonar, simplemente?

López Obrador sabe que hay acciones que se pueden tomar contra la delincuencia, porque le tocó gobernar lo que era la ciudad más insegura del país, y cuando salió del gobierno era la ciudad más segura. ¿Por qué no toma ejemplo de sí mismo?

Abatir la corrupción, generar los 500 mil millones de pesos que dice que se roba la mafia de poder en un año y aplicarla, no en dar 13 mil pesos como dádiva a cada mexicano, sino para crear escuelas, para impulsar proyectos productivos, para crear empleos. Atraer a los jóvenes, empoderar a los jóvenes.

Los de la mafia en el poder que sean llevados a juicio, que regresen lo robado, y que paguen por su colusión criminal que ha dado tantas muertes y desapariciones. ¿Por qué los familiares de las víctimas simplemente deben de perdonar?

No se trata de venganza, pero en el mundo todavía se sigue juzgando a criminales de guerra. ¿Por qué en México solo debemos perdonar?

Los capos del narco deben ser juzgados por las miles de muertes que provocaron, y los políticos mexicanos también, por la protección que les dieron, y el daño que causaron a la Nación.

Lo otro es simplemente una abdicación que no soluciona nada. Ningún capo dejará el negocio solo por haber sido perdonado.

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