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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN  /

 

Acapulco, 2 de noviembre de 2018. 

Cuando éramos niños, estos días eran de verdadero fervor religioso en nuestra casa y en las de nuestros vecinitos. Recuerdo bien las cadenas de la flor de cempaxúchitl y la cera de las veladoras derritiéndose mientras los cocoyules en panela, los tejocotes y las mandarinas, así como el atole de tamarindo y el pan de muerto hacían una mixtura olorosa inolvidable en nuestra ofrenda.

Todo el día era el trajín de mesas que se arrastraban, manteles blancos para adornar y la elaboración de la comida favorita de los que nos visitarían a altas horas de la noche.

A mí, la verdad, me daba miedo, y aunque me fascinaban los cocoyules enmielados, prefería no comer ni uno solo por aquello de que ya los había besado el muerto.

Pollo en mole, arroz con leche, granadillas, caña de azúcar, cajitas de Chilapa, pan de muerto y flores, muchas flores ofrecían un verdadero espectáculo lleno de colores bordado por las manos hacendosas de mi madre.

Ya en la noche, cansados de tanto corretear y jugar en el día de asueto; todos, hermanos, primos y amiguitos éramos obligados a rezar en torno a la deliciosa ofrenda, desde donde los ojos del tío Panchi, muy serio en su fotografía en blanco y negro, me observaban fijamente, mientras yo cavilaba hasta qué hora bajaría a degustar todos esos postres y guisados hechos con cariño y con respeto en su memoria.

Arrodillados, respondíamos la letanía y los padres nuestros y aves marías, mientras escuchábamos el crepitar de las velas.

Pero la devoción de una niña no es profunda; cuando el “ruega por nosotros” se hizo altamente repetitivo, y las rodillas empezaban a doler, de mi garganta empezó a salir un”rrrrr rrrruega pr nosotros” rapidito y adelantándose al final de las frases de la letanía: Y así, antes de que terminara mi tía de decir, “Torre de David”, yo ya estaba ronroneando el rrrruega por nosotros inclinando la cabeza.

Mis dos hermanos menores, al darse cuenta de la jugada, me hicieron coro y el “rrrrruega por nstrs” se acentuaba cada vez más:

-“Arca de la Alian…”

-“rrrruega pr nostrs”

-“Puerta del …”

-rrrrruega pr nstrs”, al tiempo que pasábamos los dedos cubiertos de cera por entre las llamas de las velas para ver quién aguantaba más lo caliente.

Lógicamente, nos ganó la risa, y en la cabeza de los tres llovieron tremendos coscorrones que junto con un enérgico “¡shhhht!” nos regresaron de inmediato la devoción.

En la noche, ya en la cama, yo no podía pegar el ojo pensando que las visitas se estaban comiendo el mole y el pan de muerto.

Media tétrica la tradición, ¿no les parece?

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