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* La pandemia afecta más a los niños indígenas, porque sus papás se convirtieron en sus profesores y algunos padres están ausentes en los campos agrícolas o en Estados Unidos. ¿Quién va a vigilar a los niños para que cumplan con su tarea?, ¿cómo le van hacer los tutores de los niños para cumplir con la tarea cuando ellos no saben leer ni escribir?

KAU SIRENIO

Chilapa, 12 de febrero de 2021. Hace diez años, hice un trabajo periodístico sobre el examen conocido como Evaluación Nacional de Logros Académicos en Centros Escolares (Enlace), en el municipio de Chilapa, Guerrero. La historia que encontré en ese viaje en esas comunidades no ha cambiado nada, al contrario, la situación ha empeorado ante la ola de violencia que azota la región.

La situación para los niños indígenas es más complicada de lo que uno se puede imaginar, se enfrentan al enfrentamiento de su cosmovisión comunitaria y la posterior asimilación del mundo exterior que le imponen la educación, la religión y los medios de comunicación que después los convierten en consumidores cautivos y los obligan a migrar con sus papás en busca de nuevas oportunidades.

En ese recorrido encontré a Modesto Ahuejote Hernández, quien cursaba tercer grado de primaria y apenas desayunaba: una taza de café y una tortilla dorada; para el almuerzo en el receso llevaba dos tortillas y moras para untar a la memela; y comía salsa de chile verde y tortilla recalentada. De alimentos nutritivos no tenía ni idea.

La casa donde vivía con su madre, Agustina Hernández, era una lona amarrada de las cuatro esquinas, la pared es de carrizo. Lo que supe ese día fue que le pusieron piso firme a la vivienda (programa calderonista), pero esto no cambió en nada la estructura, que permaneció en la misma condición. “En lugar de piso, le hubieran puesto el techo”, dijo el profesor José Alberto Terrero Pochote, con ironía.

En la misma comunidad Acahuehuetlán, municipio de Chilapa, me topé con la niña Guadalupe Pozotempa Linares, que vive en la misma situación de alta marginación al igual que Modesto. A esa edad vivía violencia intrafamiliar a causa del alcohol de su padre, un problema que arrastra a las comunidades indígenas. Además de ser la niñera de sus hermanos menores, porque su mamá trabaja para llevar el sustento familiar.

En la vida cotidiana de los niños indígenas, antes de ir a la escuela tienen que ayudar a sus papás, como ir a las leñas; cuando terminan sus clases acarrean agua o llevan a pastar a sus animales, después de cumplir las labores familiares. Aquí, los niños no saben de juguetes, unos cuantos tienen calzados nuevos, otros más andan descalzos, no tienen ratos de diversión o medios necesarios para realizar sus trabajos escolares porque no cuentan con biblioteca, internet o televisión.

Así las cosas, en La Montaña de Guerrero, la esperanza de superación es nula, los pobladores viven en carne propia la discriminación, uno por ser pobres y dos por ser indígenas; las oportunidades llegan a cuentagotas, en muchas ocasiones sólo quedan en promesa.

Por si fuera poco, los conflictos internos de las comunidades impiden el desarrollo social, por los enfrentamientos entre vecinos, por la división comunitaria, por conflictos religiosos y de partidos políticos; los niños viven en un ambiente de inseguridad y desconfianza.

El problema que enfrentan las comunidades indígenas sumergidas en la pobreza extrema muestra cómo los niños de esta zona marginal no pueden competir con los niños de la zona urbana. Las condiciones son distintas, un niño de la zona urbana tiene mayor oportunidad para sus estudios, porque además tiene a su favor el acceso a la tecnología.

La falta de empleo obliga a la familia a emigrar a los campos agrícolas, al corte de jitomate, espárrago, chile, pepino, fresa, mora y uva en los estados del norte, mientras que los niños se quedan sin ningún tutor que se haga cargo de ellos, para que cumplan con la escuela.

De ahí, no se puede medir a la zona indígena en el mismo parámetro que las urbanas, porque las prioridades son otras, en las comunidades rurales los niños, hacen actividades, como ayudar en la casa o en la preparación de la tierra para la siembra. Sin embargo, en la ciudad, los niños sólo piensan en la escuela.

Luego entonces, diez años nos separan de aquella visita a Chilapa y nada ha cambiado, ahora la pandemia afecta más a los niños indígenas, porque sus papás se convirtieron en sus profesores y algunos padres están ausentes en los campos agrícolas o en Estados Unidos. ¿Quién va a vigilar a los niños para que cumplan con su tarea?, ¿cómo le van hacer los tutores de los niños para cumplir con la tarea cuando ellos no saben leer ni escribir?

Mientras existan barreras culturales y el diseño académico esté apegado al pensamiento colonial, la construcción bicultural y multilingüe solo pasará en la historia como propuesta de buena voluntad. Porque hasta ahora la pandemia ha demostrado que la educación en México es elitista y excluyente.

Tomado de Pie de Página

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