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* Ahora que el sismo nos dejó a todos ansiosos y con temor a la muerte, los invito a analizar esta película que nos aproxima al concepto de vida/muerte, cuya reseña elaboro desde una perspectiva humanista y logoterapéutica.

VERÓNICA CASTREJÓN ROMAN  /

Acapulco, 10 de septiembre de 2021. Esta película japonesa obtuvo el Oscar en 2008 a la mejor película extranjera de habla no inglesa, bajo la dirección de Yojiro Takita, y se trata, nada más y nada menos, que de un homenaje a la vida… y a la muerte.
Cuenta la historia de un violonchelista que pierde su trabajo en la orquesta y se ve obligado a vender su chelo, y a mudarse, junto con su esposa, al pueblo en que nació para vivir en la casa que le heredó su madre, pues están en bancarrota y no pueden pagar renta.
En ese lugar entra a trabajar a una agencia funeraria como amortajador, pero llega ahí pensando que el anuncio en el periódico para ofrecer el empleo se refiere a una agencia de viajes, pues habla de “partidas”; de hecho, en Japonés, la película se llama Okuribito, “El que se despide”.
Empieza así todo un canto a un ritual funerario japonés llamado Nokan que es herencia ancestral del Shintoísmo, mediante el cual se lava, viste y maquilla al cuerpo del difunto delante de los familiares dolientes, para que, en los momentos del ritual reflexionen, acepten la pérdida y se despidan de su ser querido, quien, limpio, ataviado y maquillado como lo señala el Nokan, iniciará una nueva vida.
La película muestra cómo los prejuicios sociales en torno a la muerte, consideran el trabajo del amortajador y ejecutor del ritual, como una labor indigna y sucia, que genera el rechazo hacia quien lo ejerce.
Pero, el transcurso de la trama, y el conocimiento del rito, nos lleva a reflexionar que la muerte no es más que otro paso a lo largo de nuestra vida; que la vida y la muerte se complementan y que la aceptación de esta realidad hace menos dolorosa la partida.
Es a través de la muerte y amortajamiento de su propio padre, que Daigo, el protagonista, se reconcilia con él, y perdona su abandono desde su tierna infancia. Reflexiona sobre la muerte de su madre también y valora todo lo que ella hizo para que él fuera feliz, a pesar de enfrentarse sola a las vicisitudes de la vida.
Tenemos aquí a la muerte como un medio para que Daigo confronte su propio pasado y valore su presente. Justo por eso decide continuar con el oficio de ejecutor del Nokan o Ritual funerario para ayudar a bien morir y consolar a los deudos, aun cuando su esposa lo somete a la alternativa de dejar ese oficio o continuar juntos su matrimonio. Ante su negativa de dejar el trabajo, la esposa lo abandona.
Después, ella regresa embarazada y con la misma insistencia. Pero es justo cuando lo acompaña y presencia un ritual de despedida de una vieja conocida, cuando se da cuenta del valor que entraña el trabajo de Daigo, su esposo. Los familiares de la difunta que antes lo habían rechazado por llevar a cabo un “trabajo indigno” le agradecen la ternura y el cuidado con que despidió a su madre, y él se asume ya como un convencido de su vocación para esa tarea que es, más que nada, espiritual.
El ritual trata con dignidad los cuerpos al no exhibir su desnudez, y con el baño y la limpieza, cura el dolor y el cansancio que deja en este mundo el que muere para nacer a una nueva vida, según las creencias de la filosofía japonesa que ve a la muerte como un viaje que se inicia y no como el final de la vida, sino como el resultado del movimiento del universo que a veces da vida y a veces genera muerte.

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