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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO    /

 

Acapulco, 31 de diciembre de 2020.

Hasta el último momento, Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros y su equipo hicieron campaña; pero fueron los primeros en reaccionar cuando supieron que el resultado de la encuesta favorecía al senador con licencia Félix Salgado Macedonio, el cual fue presentado en la ciudad de México como virtual candidato a la gubernatura de Guerrero.

La reacción de los pablistas, incluyendo a su cuñado John Ackerman, fue, como había sido toda su campaña anterior, virulenta. Ackerman incluso no tuvo empacho en mentir para asegurar que Salgado Macedonio estaba en segundo lugar en las encuestas cuando todas las que se han realizado en el último año y medio, siempre lo ubicaron en un muy hasta arriba primer sitio.

Sandoval Ballesteros no ha dicho nada, pero por él ya hablaron su cuñado, la diputada Mariana García Guillén y el diputado y presidente del Consejo Estatal, Luis Enrique Ríos Saucedo, y anunciaron que no apoyarán al candidato que Morena acaba de postular. Ríos Saucedo fue más preciso y refirió que son un grupo –lo cual está prohibido en Morena- y que esa es precisamente su fortaleza. Incluso fue más allá y dijo que no se irán de ese partido, pero “como no le debemos nada a nadie, nadie nos obligará a hacer cosas contrarias a lo que indique nuestra conciencia”.

La cuestión de esta estrategia que se vio en la campaña-no-campaña (pues ni siquiera estuvieron autorizadas precampañas en Morena) es una vieja estrategia que ha utilizado el grupo de Sandoval. La aplicó en la dirigencia de Morena hasta dejarla partida en dos grupos; luego en el Congreso, hasta dejar que la fracción morenista quedara en dos grupos, y finalmente en la búsqueda por la gubernatura. Parece una estrategia basada en el tipo de elecciones que se hacen en Estados Unidos, donde el principal argumento es la denostación del contrario.

Sin embargo en México y en especial en Guerrero –por eso suele ser bueno conocer el estado- ese tipo de campañas no funcionan: al contrario, convierten en víctima a quien pretenden denostar, y el electorado se le suma, y al final terminan ayudándole. Así sucedió en la campaña de Alberto López Rosas por la alcaldía, y con Félix Salgado cuando intentaron desplazarlo para poner en su lugar a Jaime Castrejón Díez. Eso es algo que el grupo pablista debería de reflexionar, pero hubo otros errores que fueron visibles, como los espectaculares (que violentan los principios de Morena y lanzan una sospecha sobre el origen de los recursos utilizados en esa campaña), los mítines sin importar la pandemia (600 personas en Iguala, por ejemplo), cuando no había ni siquiera una precampaña; la denostación hacia los otros (LERS abiertamente pedía que Félix Salgado abandonara Morena; Cabada llamaba “antiobradoristas” a Walton y Mojica ); las declinaciones de aspirantes (expresamente prohibidas en Morena), y por supuesto, la insensibilidad ante la pandemia.

Pero de lo que se trata ahora es de aprender de los errores. Para decirlo con claridad, algo que cualquiera en Guerrero puede entender, es que no era el momento de Pablo Amílcar para ser candidato, y menos, frente a un aspirante como Félix Salgado, que va adelante no solo en Morena sino ante todos los demás partidos políticos. En ese sentido, no debería sentirse derrotado, pues hubiera sido una hazaña derrotar limpiamente al Toro.

En cambio, Sandoval Ballesteros tiene la oportunidad de dejar atrás estos escenarios y convertirse en el líder que dijo que era. Para ello debe honrar su propia palabra y asumir con dignidad el resultado de las encuestas, y reconocer a Salgado Macedonio y sumarse al barco que ahora él encabeza. Eso era lo que le pedía a Salgado para cuando él saliera vencedor; es lo que tiene que dar ahora, sin chantajes, sin condicionar el apoyo a cambio de posiciones políticas; solo porque es hombre de palabra y habrá de cumplir la suya, sobre todo cuando Salgado ha tendido un puente «de humildad» para todos los ex aspirantes.

Eso lo colocaría en un nivel de liderazgo que ahorita, hay que decirlo también, todavía no tiene. Si Pablo Amílcar actúa como se espera de él, ganará el respeto de quienes ahora lo ven como el símbolo de una imposición fallida; quienes solo ven arrogancia en él y su grupo, tendrían que reconocerle su compromiso real con la Cuarta Transformación. Y Sandoval Ballesteros sería el candidato natural para 2027.

Y aquí hay que precisar algo: los pablistas no son dueños de Morena, por eso deben someterse a lo que diga el pueblo, no a lo que ellos quieran. El que sean fundadores no les da supremacía frente a los que se sumaron después (como Félix Salgado) ni frente a los que son externos (como Walton o Mojica). Por eso, tampoco deben sentirse derrotados al aceptar lo que el pueblo dice, sea que les guste o no. Morena no es propiedad de sus dirigentes, es un instrumento del pueblo, y el pueblo es quien ha de tomar las decisiones cruciales.

Por eso deben aceptar que, en acatamiento a la voluntad popular, se sumarían a la campaña de Morena, no necesariamente de Félix Salgado. No hacerlo, sería trabajar en favor de la coalición opositora, como lo hizo Luis Walton en 2015 y llevó a la coalición de izquierda (PRD-PT) a la derrota y al PRI al triunfo. Eso es algo que las bases todavía no le perdonan al ex alcalde de Acapulco.

De la decisión que tome en estos días Pablo Amílcar, se sabrá si había o no, en él, un líder capaz de gobernar Guerrero.

 

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