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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO  /

 

Acapulco, 14 de agosto de 2021. El presidente Andrés Manuel López Obrador dejó en Guerrero dos mensajes políticos, uno relacionado directamente con el cambio de gobierno estatal que tendrá lugar el próximo año y el otro no, aunque lo parecía.

Empecemos por el que no está ligado a la elección, pero lo parece. Fue un desmedido elogio al gobernador priista Héctor Astudillo Flores, a quien comparó con Juan Álvarez, y a quien puso como ejemplo para quien vaya a sucederlo en el cargo porque está haciendo, dijo, “buen trabajo” y un “buen gobierno”.  Durante buena parte del día, los corifeos del gobierno astudillista -los mismos que se dedican un día sí y otro también a denostar al de Morena en Acapulco, encabezado por Adela Román Ocampo- magnificaron la deferencia presidencial, y ponderaron los beneficios de que haya un gobernador tan amigable con la 4T.

Pero al mismo tiempo en que López Obrador elogiaba al priista, en las redes, y en las calles, los simpatizantes de ese mismo gobernador operaban tundiendo con todo a la alcaldesa de Morena. La pregunta necesaria en este caso, entonces, viene siendo: ¿por qué el presidente fue tan desproporcionado en elogiar a un gobernador que casi al término de su gobierno no ha logrado reducir en nada los indicadores de pobreza, que no ha dado un solo resultado en el asesinato de siete periodistas desde que asumió el cargo, que tiene al estado con doble alerta de violencia de género, una por violencia feminicida, y otra por agravio comparado, y que solo ha visto reducir los índices de homicidios a partir de que el gobierno de la Cuarta Transformación tomó la batuta, en diciembre de 2018?

A despecho de quienes quieren ver a un mandatario apapachado, habría que apuntar que, en realidad, el mensaje de López Obrador no fue para Astudillo, sino fue para los otros gobernadores, los panistas que mantienen una confrontación con el gobierno federal. Sugirió el tabasqueño que el próximo gobernador de Guerrero debe ser como Astudillo -por eso lo puso como ejemplo- pero en realidad, tendría que leerse que los demás gobernadores deberían ser como Astudillo: amigables, coordinados. Eso, más que la confrontación, traería mejores resultados para sus respectivos estados, como lo demuestra el recuento que el presidente hizo de los beneficios que llegan desde la Federación para Guerrero. Así que no: el jefe priista no recibió la calificación por sus resultados, sino solo por un gesto de cortesía, y en realidad para poder mandar el mensaje a otros, que no están en Guerrero.

Lo otro es el tema electoral. Cuando le preguntaron por el próximo candidato a gobernador (la pregunta no incluyó, ni tampoco la respuesta, el género femenino), López Obrador respondió que no se ocupa de eso. Luego delineó un perfil: debe ser servidor de la nación (¿Pablo Amílcar?, brincaron los seguidores del delegado federal) pero debe anteponer su interés personal, por legítimo que sea, al interés general de la población (¿lo está descartando?, conjeturaron los adversarios del delegado). De ahí cada quien hizo la lectura que quiso, buscando muy entre líneas porque el discurso del presidente en realidad fue neutro y no apuntó hacia ninguna parte.

Lo que deja claro este intercambio de lecturas -publicadas en redes sociales desde temprano-, en realidad, es que todos están pensando que el presidente será el gran elector, por eso buscan con denuedo una dirección en sus palabras. Pero podrían equivocarse, por no atender su primera frase: “yo no me ocupo de eso”.

En primer lugar, en Morena la decisión sobre la candidatura recae en el Consejo Estatal, que es donde deberían estar preocupados los aspirantes, en incidir. Ya quedó demostrado en la elección pasada: en Acapulco, todos los aspirantes a la alcaldía eran hombres y eran propuesta del dirigente estatal Pablo Amílcar Sandoval. Todo iba bien, hasta que el tema llegó al Consejo Estatal, donde los grupos de Marcial Rodríguez y César Núñez hacían mayoría y cambiaron el género. Y la historia cambió. Ninguno de los aspirantes varones pudo hacer nada ante la decisión del Consejo, y hoy gobierna el puerto una mujer.

La elección de 2021 es importante para el gobierno federal por el control del Congreso, ya que, si la 4T pierde la mayoría, López Obrador no podrá continuar con su transformación. Los candidatos a gobernador, en ese sentido, son secundarios. Sin embargo, se sabe que los candidatos a diputados federales no son figuras atrayentes para el elector y siempre son jaladas por quien encarna la candidatura a presidente de la república o, en este caso, al gobierno estatal. De modo que, para el gobierno federal, ganar la gubernatura es importante, pero también importa, y mucho, hacer una campaña atractiva, con el candidato o candidata que pueda jalar desde esa posición a las súper apreciadas candidaturas a las diputaciones federales.

Por eso no es buena idea creer que López Obrador va a impulsar a el o la que más quiera aunque sea débil candidato, sino que requerirá impulsar al más fuerte, aunque también lo quiera igual. La amistad, pues, no es valor que vaya a estar en juego en esta importante elección.

Si se revisa con lupa el discurso del presidente en Acapulco este viernes, se hallará que en realidad no tiró ninguna línea. O que la línea es que no hay línea: todos podrán competir, y buscar ganar su propio espacio. Quien garantice que no ganará como una vaca (solo porque Morena lo o la postula, como decía Ramón Sosamontes en tiempos de la supremacía perredista), sino que será capaz de atraer a las candidaturas en los distritos y hacer carro completo en pos del Congreso, es quien realmente ganará la candidatura.

 

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