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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO     /

 

Acapulco, 02 de julio de 2021. 

En cosa de unas horas, se volvió lugar común entre analistas, y políticos de derecha (PAN) y de centro izquierda (PRI, PRD, MC, si es que en este rubro se catalogan), decir que la consulta ciudadana para juzgar a los ex presidentes fue un rotundo fracaso, porque solo 6 millones 600 mil personas participaron.

Lo dicen y lo festinan; parece que ellos triunfaron. Sin embargo, habría que poner sobre la mesa algunos aspectos del ejercicio que se llevó a cabo el domingo 1 de agosto para ver si de veras fue un fracaso, porque a la luz de lo que pasó, todavía hay otras lecturas.

Primero, el solo hecho de que se haya realizado la consulta (cualquier consulta) es un punto a favor, porque implica que más de 6 millones de mexicanos acudieron a las urnas o mesas receptoras. Desde esa óptica mínima, no fue un fracaso.

Segundo: fue un ejercicio que estuvo plagado de obstáculos. Para empezar, está el hecho de que se le haya separado de la jornada electoral del 6 de junio, cuando habría bastado una boleta más ese día para que la gente diera su opinión, y se evitaría el gasto de 500 millones de pesos. Segundo, fue una consulta invisible: el INE, encargado por mandato de la Suprema Corte de organizarla, no hizo nada. No hubo ninguna publicidad previa, más que en los últimos días, y muy poca, para convocar a la participación ciudadana. Al contrario, el INE impuso una veda al presidente Andrés Manuel López Obrador, como si hubiera candidaturas en juego, y no una pregunta de sí o no. El objetivo no era evitar que López Obrador llamara al Sí (él ya había dicho que votaría por el No), sino simplemente que la consulta no se viera. También sancionó al periódico La Jornada por promover la consulta. En cambio, los ex presidentes e infinidad de actores de oposición estuvieron llamando a no acudir a votar, pero el INE a ellos no les dijo nada.

El tema de la consulta fue otro obstáculo, porque mientras coloquialmente se le llamó “para juzgar a los ex presidentes” la pregunta sobre la que se votó era un galimatías, tan genérica, que justamente eso fue usado como argumento por los opositores para decir que ni siquiera se preguntaba bien, cuando fue la Suprema Corte la que modificó la pregunta original. Pero es cierto: esa pregunta no llamaba a la participación, si bien esto no fue culpa de los promotores, sino de la Corte.

Otro factor que tendría que disminuir el número de participantes, fue que no se dejó votar a los mexicanos radicados en el extranjero, ni tampoco a los que estaban en territorio nacional pero estaban lejos de su casilla, como fue el caso del presidente López Obrador y de su esposa, quienes andaban de gira y su casilla estaba en la Ciudad de México.

A la hora de la votación, el ciudadano se encontró con el Ratón Loco, la vieja práctica priista para inhibir el voto, que consiste en que el votante no encuentra su casilla y anda de un lado para otro buscándola, hasta que se cansa. Resulta que el INE publicó en su página la dirección de las mesas receptoras, pero hubo muchas, en todo el país, que se instalaron en lugares distintos y muy distantes de lo que aparece en la página. Las irregularidades no pararon ahí: en distintos sitios hubo cancelación anticipada de boletas, documentadas en video en varios lugares del país, desde mucho tiempo antes de que concluyera la jornada. Estas dos acciones han sido denunciadas como un “autosabotaje” por parte del INE para inhibir la participación ciudadana.

Quienes dicen que la consulta fue un fracaso, solo aluden a la perspectiva de que debía registrar la participación de 40 por ciento del padrón, es decir, casi 40 millones de asistentes a las urnas. Pero vista con esta otra perspectiva, no parece que una consulta que haya sorteado tantos escollos haya sido un fracaso. Haber logrado casi 7 millones de votos (opiniones), no es asunto menor, menos si se tiene en cuenta que el único partido que se comprometió con el ejercicio fue Morena.

En la elección del 6 de junio, el PAN obtuvo 3 millones 800 mil sufragios en la integración de la Cámara de Diputados; el PRI, 2 millones 700 mil; y el PRD 248 mil. Es decir que la base morenista por sí sola juntó a casi 7 millones en un solo día, lo que ningún partido hizo para sus candidatos el 6 de junio. Eso no es un fracaso.

Por lo demás, en la votación ganó mayoritariamente el Sí con más de 90 por ciento de las opiniones. El único revés, si tal puede decirse, es que ese Sí no será vinculante, porque efectivamente, faltaron 33 millones. Por cierto, ni siquiera el presidente más votado en la historia del país, Andrés Manuel López Obrador, pudo llegar a la cifra que quería el INE para la consulta, pues él solo obtuvo 30 millones de votos en la elección con mayor participación en toda la historia.

Como sea, el ejercicio del 1 de agosto fue útil, además, porque permitió exhibir otra vez los burdos intereses del INE, tan cercanos a la derecha y los poderes fácticos; revisar los errores para corregirlos en propias consultas; pero, sobre todo, permitió a 7 millones de ciudadanos ejercer su derecho político para darle rumbo a este país de manera directa.

Que haya más consultas, hasta que opinar y decidir sobre los asuntos públicos, se convierta en una costumbre.

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