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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN    /

 

Acapulco, 14 de julio de 2020

Eran las 6 de la tarde de este lunes, cuando a mis manos llegó una nota sobre unas doctoras que narran el suplicio que viven en su diaria labor de atender a pacientes de Covid-19.

El miedo se convirtió en síntomas que, seguramente, han sentido otros antes que yo y sentirán muchos más después de mí. La frase que me conmocionó es aquella en la que la profesional de la medicina narró cómo la llamada de auxilio del enfermo que grita que ya no aguanta más y que ya no puede respirar, se encima a la del pitido de los aparatos que ayudan a sostenerlo con vida, sabedora de que no puede hacer nada.

Luego vino a mi memoria la voz del doctor López–Gatell advirtiendo que hay pacientes que pueden estar en crisis hasta 21 días, y mis pensamientos hicieron lo demás: el miedo me inundó, me paralizó, sacó el aire de mis pulmones y por más que trataba de convencerme de que no tenía tos seca, ni escurrimiento nasal, ni fiebre, ni diarrea, ni había salido de mi casa desde hace más de  15 días, ¡yo sentía que me moría!

Recordé las líneas publicadas por un amigo en Facebook con las que da cuenta de cómo sobrevivió a la enfermedad que, a la fecha, en Acapulco, ha cobrado la vida de 476 personas, y a mi mente vinieron los rostros de dos amigos maestros, esposa y esposo, que murieron uno detrás de la otra y cumplieron así su juramento de amor eterno.

¿Tendré que hacer mi testamento? Dejaré anotadas la clave de mi cuenta en el banco y las de mis redes sociales, y voy a iniciar el tiradero de cosas que nadie apreciará cuando me vaya y que solo les van a estorbar. ¡Me ahogo! Sudo frío, creo que me duele la cabeza, ¡ay, Dios, creo que me duele la garganta!

No –cavilo— yo no resistiré el mortal bicho, sufro de comorbilidades serias, soy persona de altísimo riesgo. ¿Qué hago? –pienso— y decido caminar dando vueltas por el pequeño patio de mi casa. Me mareo. No quiero preocupar a mi esposo; esta es la no sé cuánta vez que estoy a punto de fenecer por Covid-19 y ya no me va a hacer caso, ¡eso es lo peor! Boqueo. No, no se llenan de aire mis pulmones; esta vez sí va en serio.

Respiración yoga: inhalo 1-2-3-4… (¡No, no llego al ocho, me hubiera comprado ya el oxitómetro!) contengo el aire:  1-2-3 … (¡no, no puedo más, me asfixio!) exhalo: 1-2-3… Me tomo una pastilla para la ansiedad y me preparo un té de flores. Me lo tomo.  Espero. Tengo sueño. Hasta mañana, creo que siempre no fue Covid, otra vez, ¡gracias, Dios mío!

Suena el teléfono; es mi hermana: en el mercado de la Colosio – me comenta- la gente anda como si nada, unos con el cubrebocas de cachucha y otros con él de babero y otros sin nada. Dice que las fondas y las tienditas de jugos estaban a reventar y que, aunque ella fue muy cuidadosa y cumplió con todas las medidas preventivas, ¡se siente mal!

Le recomiendo de inmediato que se tome un té de flores y un Atarax.

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