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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Acapulco, 29 de octubre de 2020.

El Tribunal Electoral del Estado de Guerrero (Teegro) exoneró al ex delegado federal Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros de la acusación que le formuló el ex representante de Morena ante el IEPC, Sergio Montes Carrillo, por la presumible infracción a la ley electoral por promoción anticipada y gastos excesivos de campaña por los espectaculares que fueron colocados a lo largo y ancho del estado con su fotografía y una leyenda: “Guerrero encabezará la transformación del país”, acompañadas del cabezal de la revista 99 grados.

El órgano juzgador no encontró razones para culpar al político ni tampoco sancionar a la revista. Es más, ni siquiera encontró que hubiera una campaña pues la frase que se usa en la publicidad, dijo, no alude a ningún nombre de qué persona encabezaría esa transformación. El Tribunal argumentó que no hay campaña anticipada pues todavía ni siquiera hay campaña.

Y tan tan, cerró el caso.

Pero alguien, en este asunto, ha dado un paso en falso. Una podría ser la “verdad jurídica” esgrimida por el Tribunal, pero otra es la percepción colectiva de este episodio y, tratándose de actores políticos, hay que recordar que, en política, lo que importa es la percepción.

Primero hay que dejar en claro en el siguiente análisis que este no se refiere a la conducta de la revista 99 grados, que, en todo caso, como una empresa comercial, solo habría actuado en función de sus objetivos comerciales. Pero la actuación del político sí es relevante porque implica cuestiones éticas de alguien que pretende pedir el voto de la ciudadanía.

El Tribunal Electoral habría encontrado la posibilidad de una campaña anticipada, si le hubiera preguntado a Sandoval Ballesteros si tenía intención de participar, cuando fuera el momento, en alguna contienda interna para obtener la candidatura; y cuando este respondiera que sí, entonces se daría cuenta de que no se está ante una campaña, es cierto, sino eventualmente ante una campaña hecha con antelación, que es lo que se cuestiona.

Dice el Tribunal que quien pagó los espectaculares (36, según sus cuentas) fue la revista 99 grados. Quizá la existencia de una factura o varias facturas con este concepto den por válido legalmente el argumento. Pero en la percepción ciudadana hay otras dudas que podrían resolverse si el TEEGRO hubiera verificado no solo la existencia de la factura, sino que el monto para el pago de esta publicidad saliera realmente de la cuenta fiscal de la empresa Pretextos Comunicación, SA de CV, editora de la revista.

Se insiste: en cualquier caso, la empresa hace lo que le corresponde, pero las dudas son las siguientes: ¿Cómo es que en plena crisis financiera de los medios de comunicación, una revista destina más de un millón de pesos para publicitarse, cuando medios más consolidados sufren para poder cobrar convenios publicitarios en sus páginas por 100 o 200 mil pesos para apenas pagar sus nóminas? ¿Por qué, si gasta esos montos, en lugar de diseñar una estrategia publicitaria atrayente utiliza la figura de un personaje poco atractivo para los lectores (y no es porque sea Pablo Amílcar, sino porque ningún político es atractivo para los lectores)? En una lógica de mercadotecnia, eso sería tirar dinero a la basura, pero se podría justificar si el político en cuestión no solo paga los anuncios, sino que además le deja una ganancia a la revista por el uso del cabezal.

Esto es lo que cualquier persona con sentido común puede pensar, pero que no vieron los integrantes del Tribunal. Por eso su resolución no ha podido quitar la idea de que Pablo Amílcar Sandoval sí promueve deliberadamente su imagen, pero ahora además intenta engañar a los ciudadanos.

Hace años, la misma revista se vio envuelta en una situación similar, con espectaculares en esos tiempos para Manuel Añorve, quien era candidato a gobernador por el PRI. El caso siguió prácticamente el mismo curso y culminó con la misma exoneración. Si se cambia el nombre de Manuel Añorve por el de Pablo Amílcar, nada cambia: es el mismo caso. Sin embargo, la 4T, de la que Sandoval Ballesteros se supone es parte e intenta representar, dice que las cosas tendrían que haber cambiado.

El tema de los anuncios espectaculares no es solo una cuestión legal, es también una cuestión ética. Primero, porque se trata de un gasto ostentoso en el momento en que la gente atraviesa una muy difícil situación económica por la pandemia; segundo, porque presume que el pueblo es tonto y se le puede engañar con argucias; y tercero, porque se recurre al más viejo estilo publicitario del PRI para imponer la imagen de un político. El PRI lo hacía, particularmente, cuando su candidato era desconocido o impopular.

Si Pablo Amílcar no formaba parte de ese entramado, en cuanto vio el manejo que se daba a su imagen (estratégicamente lanzada un día después de que renunció al cargo de delegado para buscar la candidatura por Morena al gobierno del estado), debió deslindarse y pedir por escrito a la revista que la retirara ya que podría incurrir en una falta de tipo electoral.

Alguien asesoró mal al ahora ex delegado federal en este caso, si le dijo que podría salir bien librado. La verdad es que este tema ha dado de qué hablar a nivel nacional, y tal vez no sea precisamente el tipo de imagen que se esperaba proyectar, y con toda seguridad es algo que seguirá molestando toda la campaña (si se llega a ella).

 

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