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ROGELIO HERNÁNDEZ LÓPEZ   /

 

Ciudad de México, 16 de diciembre de 2019

Deseabas hallar alguna reunión de gente diversa que comprendiera cabalmente las dificultades de ser periodista en México. Fue esa necesidad, cruzada con curiosidad reporteril, la que te llevó el viernes 13 de diciembre a la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Periodismo, el de a deveras.

Escéptico, calculabas que sobrarían liturgia y lucimientos personales fatuos como en toda ceremonia formal. Pero al cabo de casi 2 horas, estabas sumergido en la mística de aprecio generalizado al periodismo que -casi puedes asegurar- la aumentó esa vasta presencia y animosidad de mujeres con altísima profesionalidad, como nunca habías visto reunida entre periodistas.

Ya compartías la emotividad cuando, te sacudiste como toda la asistencia, cuando el reportero de El Debate premiado por entrevista, David Arturo Ortega, cedió su tiempo de hablar a María Eugenia María Herrera, esa madre sinaloense que, con micrófono en mano, otra vez requirió al Presidente que cumpla su palabra de encontrar a tantos hijos desaparecidos y también suplicó que los buenos periodistas sigan ayudando a los que necesitan ser escuchados.

El ambiente de calidez que comenzó a prender desde las 200 sillas que colocaron para recibir a los premiados, sus familias e invitados. Desde antes del inicio ya deambulaban decenas de mujeres profesionistas, vinculadas o ejercitadas en el quehacer periodístico. Mirabas curioso al sillerío cuando te atajó Gabriela Vélez, esa conocedora de nuestro idioma y estupenda correctora de estilo que conociste en asambleas de periodistas inconformes y que llegó con su fraternidad para ofrecerla a sus excolegas de La Jornada. Igual, te asombró encontrar allí a la abogada Perla Gómez, ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México y hasta le saludaste de mano con una sonrisilla. Te agradó ver a Gabriela Warketin (invitada como maestra de ceremonias) porque sabías que se expresaría, como siempre, con precisión y firmeza, pero más te gustó que retadora, como es, optara por llevar un saco rosa mexicano (o quizá fiusha, como dicen ellas) que contrastó con la vestimenta oscura de los doce integrantes del Consejo Ciudadano del premio, incluidas sus cuatro mujeres que si respetaron la liturgia y así presidieron toda la ceremonia.

Fue de apreciar la brevedad y concisión del primer discurso, más que lo haya dado la doctora María Teresa de Jesús Arroyo, presidenta del jurado. Datos y mensajes bien colocados: “Excelencia entre los 1,136 trabajos postulados…. Al jurado le llevó más de 20 horas de análisis y discusión… Reconocemos días difíciles, nada alentadores para el periodismo por la inseguridad y los bajos salarios. Sigo pugnando porque se considere al periodismo una profesión y no un oficio… ¿Hasta cuándo el gobierno federal reaccionará? … Lejos de apoyar descalifica a los periodistas … Reconocemos a las universidades asociadas porque a pesar de sus problemas financieros decidieron que no desaparezca este premio…. Es necesario, más cuando nos están matando y nos maltratan…”

Creíste percibir la singular empatía que este mensaje inicial levantó especialmente entre las otras cinco mujeres del jurado (representan el 37.5 por ciento), todas con alta calificación académica: Crystiam Estrada Sánchez, doctora en Estudios Transversales de Comunicación y Cultura; Elvira Hernández, doctora en comunicación por la UNAM; Lizy Navarro, doctora en Ciencias de la Información; Guadalupe Carrillo ex reportera egresada de la Universidad de Colima y Rosalía Orozco con maestría por la Universidad de Guadalajara. Empatía porque este año también tienen que defender al periodismo y la credibilidad de este premio.

Esos retos los conocen ellas y los demás porque en 2017 el Consejo y el jurado del Premio Nacional de Periodismo debieron aclarar públicamente que este nombre solo lo puede usar el Consejo Ciudadano formado originalmente por algunas universidades públicas y privadas sin injerencia gubernamental. Fue por la retahíla de agresiones que recibió y respondió igual Esteban Arce, el conductor de un noticiero chacotero en Televisa cuando se le entregó uno de los 76 “premios nacionales” que ese año concedió el Club de Periodistas de México. Recuerdas también que las cámaras de diputados y senadores anualmente regalan “reconocimientos por trayectoria” a periodistas sólo porque están en su fuente o se los recomiendan, que otras dependencias del sector público y más de 15 gobiernos estatales hacen lo mismo y les llaman premios, aunque no respeten un método, ni rigor en las postulaciones y menos en las calificaciones. Les ganan las tentaciones políticas de premiar y castigar. Eso tiene que cambiar.

En esa atmósfera te habría gustado que esta vez hubiera más premios nacionales para mujeres porque sabes que en casi todas las redacciones ellas ya son mayoría. Pero igual ya sabías que este jurado sí es riguroso para evaluar cada trabajo, que no regalan los premios. De los ocho géneros premiados Galia García del medio Así como Suena obtuvo el de Reportaje y Soraida Gallegos de El País Edición América, recibió mención honorífica en este género, Paola Marín del Pulso Diario de San Luis compartió mención honorífica en crónica. Sí hubo más mujeres en el premio Divulgación de la Ciencia que fue al trabajo colectivo de chavos del Laboratorio de Periodismo de Ciencia de la UNAM.

Tenías ganas de que alguien compartiera contigo el razonamiento que se te fue clavando en los 40 años de reportero en tantos medios: que las mujeres tienen que enfrentar muchas más dificultades por esta cultura social machista, que se acentúa en el ambiente del periodismo, pero eso lo interpretó bien la Warketin cuando anunció que por esta vez serían entregados dos reconocimientos por trayectoria, por excelencia en el trabajo y por los esfuerzos adicionales que debieron hacer en su tiempo la fotoreportera Elsa Medina y la cronista Cristina Romo, mejor conocida como Cristina Pacheco. Cuando cada una de ellas se puso al frente, la mística de la ceremonia se desparramó porque primero fueron las mujeres del público quienes se pusieron de píe y fueron seguidas en sus aplausos, bravos y vivas.

Del sacudimiento general miraste hasta lágrimas cuando Cristina Pacheco cerró: “Mi alegría no es sólo por el premio, es por esta compañía… el periodista tiene que enredarse con la vida”.

Fueron apenas dos horas de una tarde.

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