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RAUL SUAREZ MARTINEZ   /

 

Chilpancingo, 16 de agosto de 2020. Nadie, nunca, jamás, ha podido leer a Andrés Manuel López Obrador. Cuando el desafuero, esperaban que implorara el perdón o cuando menos el amparo de la ley. No, nada, el Peje optó por la defensa política, acepto el desafuero, aceptó ir a la cárcel, aceptó el fusilamiento que preparaba la mayoría prianista; fue, habló, los venció. Pocas veces se ve a una mayoría temblar, miedosos, sabiendo que la figura que pretendían destruir se agigantaba más y más.

Con los fraudes, leían una presunta desesperación de López Obrador, esperaban un paso en falso para acusarlo de insurrección, traición a la patria, terrorismo, etcétera. Nada de eso ocurrió, a pesar de que, como en el 88 con Cárdenas, había gente que esperaba solo un guiño para desatar una “violencia revolucionaria”.

En la campaña del 2018, todos esperaban al López Obrador rijoso, valemadrista, golpeador sin causa, nunca se prepararon para un candidato de “abrazos no balazos”, de “no habrá venganza ni persecuciones”, etc. Nunca encontraron cómo enfrentarlo.

Antes de que asumiera la presidencia, en cuanto dijo que no iba a utilizar el poder para vengarse y utilizar la Ley para perseguir a los anteriores integrantes de gobiernos pasados, de inmediato gritaron que había pactado la impunidad para esos personajes. Se la creyeron, una tras otra, vez tras vez critican alguna expresión de Andrés Manuel y siempre terminan equivocándose.

En su visita a Guerrero, López Obrador de nueva cuenta recurre a su estratagema preferida “la trampa engañabobos”. Ante la interrogante de Misael Habana en el tema político-electoral respondió tal vez con la verdad, tal vez con una mentirilla, tal vez no respondió, alborotó a todos, descalificó a todos, tal vez, pero dejó jugando a todos empoderados como los posibles candidatos que cumplen las características que describió el presidente.  No manejó el tema del género, pero nadie acierta a deducir si están descartadas o protegidas para que no sean encajonadas en las elucubraciones que mentes calenturientas (como el presente) las empiecen a descalificar.

En Guerrero, López Obrador va en efecto por el carro completo. Necesita la mayoría calificada en la cámara de diputados, de no tenerla, no podría seguir implementando su plan de transformar el país. Y como lo maneja Roberto Ramírez a quien le avisé que plagiaría su idea, si López Obrador va a ir en Guerrero con el candidato o candidata más fuerte, su proyecto sí es ganar la gubernatura, pero si y solo si esto le ayuda a tener una cámara federal con mayoría lopezbradorista y un Congreso estatal que también le ayude a su proceso de reforma.

Por el lado de Astudillo y sus priistas piensan y creen que ya se salvaron, los elogios en realidad son anzuelos que el presidente les está lanzando para que se entretengan, se confíen, en realidad sí, como lo maneja Roberto, este mensaje no tiene destinatario en Guerrero, en los hechos a Andrés Manuel no le preocupa Astudillo, sabe que es un personaje acostumbrado a ser servil al poder, que no sabe cómo indisciplinarse, cómo alzar la voz, pero además no tiene fuerza social a nivel federal para hacerlo. El mensaje es para los gobernadores RBD para que retomen el camino de la colaboración, del acuerdo.

Lo importante es que la gran mayoría, propios y extraños, no entenderán los mensajes de Obrador y cuando quieran reaccionar ya será tarde para muchos.

López Obrador es enigmático, popular, carismático, necio, obstinado; pero sobre todo, es indescifrable.

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