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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Acapulco, 31 de marzo de 2020.

La muerte de Mario Bustos García -gerente por muchos años de Novedades Acapulco– ha desatado una serie de comentarios de quienes lo conocieron y lo trataron, unos de cerca y otros no tanto, al grado de que de pronto nos enteramos del gran periodista que, según esos comentarios, ahora resulta que fue.

Siempre lamentando su muerte como es lamentable la de cualquier persona, haré mi parte para recordar a quien fuera el pilar -sobre todo desde el punto de vista empresarial- del que, como bien recuerda Juan Carlos Serrano, fue llamado El Diario de la Familia Guerrerense.

Mario Bustos no fue, como ahora quieren verlo sus aprendices, un periodista. Eso por principio. Era un contador con una clara visión empresarial, que encontró en el periódico una oportunidad para hacer lo que sabe hacer un contador o un administrador: generar riqueza para sus dueños, incluido, desde luego, él mismo. Eso no es una descalificación de su quehacer al frente del diario, pero sí es una definición de lo que fue.

Era un hombre inteligente, sin duda. Por eso pudo mantener el imperio. Pero la forma en que se ejerció el periodismo de ese diario durante su mandato es ampliamente conocida: la sufrieron tanto políticos como luchadores sociales e inclusive personas comunes, lectores simples.

Novedades Acapulco fue en manos de Mario Bustos un periódico conservador. Tuvo, como todo, buenos momentos y malos, y periodistas buenos y malos; cada quien podrá ubicar lo que le corresponda. Pero es inevitable reconocer que fue un periódico plegado a intereses empresariales y políticos visibles.

Julio Zenón Flores cuenta una anécdota que pinta de cuerpo entero la visión empresarial -eso no tiene nada de periodístico- que tuvo Mario Bustos para arrancarle el convenio publicitario a un gobernador que había hecho campaña precisamente denunciando prácticas deshonestas en el periódico que dirigía empresarialmente Mario. Cuenta Zenón que Mario Bustos ordenó publicar a plana entera una fotografía del gobernador -a quien no le publicaban nada- pixelada y fea, para ilustrar que el mandatario salía a caminar, mientras en La Montaña la gente moría de hambre y frío. No era un legítimo interés del periódico por los problemas sociales; era una estrategia para conseguir el convenio publicitario que, según relata Julio Zenón, poco después consiguió por fin el periódico.

Cuando Zeferino Torreblanca -el gobernador del que habla Julio Zenón en su relato- ganó la presidencia municipal de Acapulco, cinco años antes de esa anécdota, por instrucciones de Mario Bustos los entonces jefes de Información y de Redacción, Miguel Ángel Arrieta y Armando Robles, nos reunieron a los reporteros para decirnos que debíamos entregar diariamente, desde las fuentes que respectivamente cubríamos, alguna nota en contra del entonces flamante alcalde. Lo justificaron con un argumento: si no hay convenio, es ético pegarle. Pero los reporteros no pensábamos igual: Zeferino Torreblanca había llegado a la alcaldía como resultado de un amplio movimiento social, y no creíamos válido ese argumento. En reacción, aunque habíamos acordado hacerlo todos, solo Laura González Elizalde y yo renunciamos a nuestro trabajo en Novedades Acapulco, y en una carta cuyo texto consensuamos, para que fuera igual, declarábamos que considerábamos ética y moralmente inaceptable lo que nos pedían hacer. Y nos fuimos.

No demerito que, como persona, Mario Busto podía ser buena gente, aunque también podía ser lo contrario, pero eso es parte de los claroscuros de cualquier ser humano. Como fiscalizador del ejercicio periodístico llegó a ser implacable, e incluso había actores políticos a los que no se les publicaba nada, ya sea porque no tenían convenios de publicidad o porque no eran bien vistos por él.

En lo personal, la anécdota que acabo de contar fue la única que viví en que se me intentó obligar a escribir en un sentido determinado, pero hubo otros casos, menores quizá, de compañeros que vivieron esas presiones con más frecuencias.

Novedades Acapulco fue un imperio en muchos sentidos; y, también valga decirlo, muy distinto es ahora, con José Octavio Cano al frente.

Recuerdo otra anécdota: cuando en 1991 llegó de Mérida un director (editorial, es decir, un periodista), Gínder Peraza, y empezó a cambiar la línea informativa del diario. Fue un tiempo intenso. Era el gobierno de José Francisco Ruiz Massieu, y hasta entonces el periodismo crítico se ejercía en El Sol de Acapulco, pero en esa época Novedades empezó a llevar la batuta.

Fue cuando se publicaron las crónicas de los enfermos sospechosos de la epidemia de cólera, que en esa época empezó a asolar al país y puso de moda una enfermedad que hacía muchos años había sido desterrada; las marchas de maestros, o las coberturas del conflicto Lomas de Chapultepec, las denuncias por corrupción en varias dependencias del gobierno estatal y municipal y muchas otras cosas.

En portada -lo cual era algo insólito- hubo señalamientos al gobernador, directos, con su nombre. Dicen -lo cual tampoco me consta- que de la oficina de Juan Carlos Hinojosa Luelmo, entonces director de Comunicación Social, se empezó a vigilar a los periodistas que estábamos en el periódico y que nos acuerpábamos con Gínder Peraza. Pero el periódico no es una organización altruista, y este cambio de rumbo generó una pugna que se empezó a notar poco a poco entre Gínder Peraza y Mario Bustos y terminó con la rendición y retiro del primero; y luego la salida, uno por uno, de los reporteros que habíamos formado parte de su equipo.

Hay que reconocerle a Mario Bustos la habilidad para hacer crecer una empresa que -recuerdo que decían los que habían vivido esos años- vivía en sus inicios sostenida por sus hermanos mayores, como Novedades (de la Ciudad de México) y terminó siendo la principal empresa que después sostuvo económicamente a esos sus periódicos hermanos que, como en el caso del de la Ciudad de México, terminó por cerrar.

Pero hay personajes que hay que revisarlos con los claroscuros con que vivieron, sobre todo si su actuar fue más allá de una simple vida personal y se inscribe en eso que llamamos Historia. En este caso, la historia del periodismo en Guerrero. Así que, pues, descanse en paz Mario Bustos, pero las cosas, de veras, hay que decirlas como fueron.

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