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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Acapulco, 22 de junio de 2020

El Partido de la Revolución Democrática (PRD), ha recibido una invitación, formal, según se dijo, por parte del dirigente nacional del Partido Acción Nacional (PAN), Marko Cortés, para hacer una alianza que lleve como eje a los dos partidos, y Movimiento Ciudadano, para tratar de quitarle la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados federal.

Por otra parte, en la ciudad de México, los tres partidos anteriores buscan alianza con un cuarto: el PRI. El objetivo es el mismo: sacar a Morena del gobierno.

A nivel nacional ya se han dejado escuchar voces de los tres primeros partidos, ponderando las bondades de una alianza total frente al partido de la Cuarta Transformación, pero en Guerrero la postura no parece ser tan unánime. Al menos, se escuchan voces que sugieren una distancia de esta propuesta aliancista.

Incluso el dirigente estatal Ricardo Barrientos en una entrevista de radio, planteó que las alianzas del sol azteca deben hacerse con los partidos de izquierda, para no perder identidad. Otros, dirigentes o líderes naturales, han expresado su descontento ante la posibilidad esbozada por sus dirigencias nacionales de ir en alianza con el PRI, el partido que ha sido su adversario natural.

En el fondo, para el PRD, partido que en otro tiempo aglutinó la opción de un gobierno de izquierda en México, las alianzas que haga en 2021 van a terminar por definir su futuro, o más aún, si como partido tiene un futuro.

El Frente que hizo el PRD en la elección presidencial de 2018, con MC y el PAN, fue, como se había previsto, un desastre para este partido, pero sus dirigentes, sobre todo los nacionales, no parecen haber aprendido la lección.

Para entender este resultado, habría que tomar en cuenta que el PRD surgió para combatir a la política económica y social que en ese momento encabezaba el PRI, pero que había contado con el aval del PAN en temas cruciales, como el Fobaproa, la venta de paraestatales, el desmantelamiento de la industria nacional en beneficio de la extranjera, entre otras cosas. No por nada desde el perredismo se acuñó el mote PRIAN para ilustrar la alianza de facto entre estos dos partidos.

Sin embargo, en lo local, el PRD y el PAN sí hicieron varias alianzas. El objetivo de ellas no era definir la política nacional (en la cual PRI y PAN coincidían plenamente) sino sacar al PRI de los gobiernos estatales. Eso ocurrió, por ejemplo, en Guerrero, cuando PRD y PAN coincidieron en el empresario Zeferino Torreblanca, y después cuando coincidieron con el ex priista Ángel Aguirre Rivero. En ambos casos, su alianza fue de facto porque no tuvieron oportunidad de hacerla formal, pero existió.

Sin embargo, la de 2018 fue diferente, y fue la debacle para el PRD, y de paso, para Movimiento Ciudadano. Estos dos partidos habían crecido en los últimos años, en las dos elecciones presidenciales previas, bajo el manto de un solo personaje: Andrés Manuel López Obrador. El PRD tenía una base social muy sólida, pero la cobija lopezobradorista era tan grande que, aunque él no ganaba las elecciones presidenciales, todos los que se postulaban bajo su cobijo en cargos menores, como senadurías o diputaciones federales, locales o alcaldías, ganaban.

Los dirigentes perredistas -la pandilla conocida como Los Chuchos– no fueron capaces de hacer la lectura correcta, y no se dieron cuenta de que el apoyo de la gente hacia López Obrador no era por un asunto mesiánico, como afirmaba el PAN, sino porque los postulados del entonces candidato eran justamente lo que la gente estaba demandando.

Los Chuchos -encabezados por Jesús Zambrano y Jesús Ortega, y seguidos alegremente en Guerrero por no pocos dirigentes- tenían rato llevando al partido a una alianza fáctica con el PRIAN, y boicoteando en lo posible a López Obrador hasta que este optó por dejar el partido y empezar a crear Morena.

La alianza de 2015, llamada por México al Frente, terminó por llevar como candidato presidencial al panista Ricardo Anaya, y eso generó una desbandada en el PRD. Los militantes de base que se quedaron en el partido -la mayoría se fue a Morena- no pudo ocultar su tristeza cuando Anaya visitó Acapulco como candidato. ¿Cómo explicarse, los que decidieron acatar la disciplina, que ahora iban a apoyar a un panista a derrotar en las urnas al que fue su candidato en dos ocasiones, y con el que coincidían apasionadamente?

El resultado de esa decisión fue elocuente: el PRD estuvo a punto de perder su registro como partido político a nivel nacional. Técnicamente, lo conservó por una maniobra de los consejeros del Instituto Nacional Electoral, que dijeron que, al obtener triunfos en varios distritos, aunque no obtuvo la votación mínima requerida, debía mantenerlo. Pero en el Congreso, el PRD ni siquiera tiene una fracción.

En Guerrero -estado que era el más perredista del país- las cosas, sin embargo, no se vieron igual que en la Ciudad de México. Aquí los que se quedaron parecen haber comprendido que, por definirse como un partido de izquierda, es ilógica la alianza con la derecha, y más para derrocar a un gobierno de izquierda. No obstante, han podido más los celos y los resabios entre los perredistas y los ex perredistas que se fueron a Morena, por eso los que no siguieron a López Obrador, hoy se sienten en la obligación moral de combatirlo, aunque eso los coloque en la misma posición que el PAN y el PRI o, para decirlo en otros términos, los convierte en parte de la llamada BOA, el fantasmal Bloque Amplio Opositor.

Pero hay una lógica que los perredistas de Guerrero deberían ver: el PRD fue oposición no porque sí, sino porque postulaba una política distinta a la que hacían el PRI y el PAN. Siguiendo esta tónica, no tiene ninguna lógica ser oposición a un gobierno que es opuesto a lo que han sido el PRI y el PAN. Lo lógico es que los perredistas tendrían que estar sumados -no precisamente integrados, no precisamente en Morena- a apoyar al gobierno de López Obrador, porque representa lo que el PRD dijo siempre que como partido representaba.

Esa es la identidad del PRD, la que debe buscar si no quiere perder lo poco que le queda: un partido cercano a la gente, como decía su slogan. No se trata de que Guerrero sea un estado lopezobradorista, sino que es un estado donde la gente percibe o quiere en su mayoría un gobierno así, cercano a sus problemas particulares. Se diría de izquierda, pero en realidad, como sea que se le defina, eso es lo que quiere.

El PRD, que representó eso por mucho tiempo, no debería, por un orgullo mal entendido, ponerse en el bando contrario. Debe interpretar lo que la gente, lo que cada elector, quiere. Esta es una buena oportunidad, pero es quizá la última. No tienen por qué ser Morena, ni por qué ser lopezobradoristas si no quieren. Pero tampoco tienen que convertirse en lo que por tanto tiempo combatieron. Es así de simple: es la disyuntiva. Pero pronto, muy pronto, se sabrá el camino que habrán de tomar.

 

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