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CITLALI CALIXTO JIMÉNEZ  /

“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”
-Salvador Allende

Acapulco, 30 de agosto de 2022.

Ser joven se dice fácil. En lo discursivo se nos encomienda la responsabilidad de corregir el rumbo que ha seguido nuestro mundo: un camino de consumo desmedido, de normalización de la violencia y de indiferencia ante el dolor. En lo discursivo se nos pide formarnos para transformar nuestra realidad y comportarnos a la altura de lo que nuestro mundo necesita. Sin embargo, en la realidad de los hechos numerosos son los obstáculos que las juventudes enfrentamos para desempeñarnos en el ámbito público.

En ese tenor, en el marco del Día Internacional de la Juventud, como diputada local, como politóloga y como joven, me permito esbozar un análisis sobre la situación actual que vivimos las juventudes en nuestro estado.

De acuerdo con el artículo 1° de la Ley del Instituto Mexicano de la Juventud, joven refiere a la persona que tiene entre los 12 y los 29 años de edad. Para 2017 esto significaba 38.6 millones de jóvenes alrededor de nuestro país con una integración completamente heterogénea. Así, es posible decir que la diversidad es algo que caracteriza a las juventudes mexicanas.

Aunado a eso, y debido a varias situaciones particulares y a los procesos de transición hacia la vida adulta, las juventudes enfrentamos una serie de vulnerabilidades y necesidades específicas. De entrada, el 43% de las y los jóvenes se encuentran en condiciones de pobreza. Por otro lado, el porcentaje de desempleo entre los jóvenes es del 6.2%, además de que el 54.7% de los jóvenes se encuentran laborando en la informalidad. Asimismo, es importante señalar que el 34% de las personas en edad juvenil no concluyen el nivel medio superior de estudios principalmente por no tener dinero para sus estudios (20.6%) o por tener que colaborar con los gastos del hogar (17%). Finalmente, el 25.4% de los fallecimientos por homicidio en 2020 estuvieron conformados por jóvenes, mientras que el 49% de las personas desaparecidas en nuestro país son jóvenes.

Desde luego, este diagnóstico nos permite llegar a la conclusión de que ser joven en México significa enfrentar un sinnúmero de riesgos y obstáculos en nuestra cotidianidad. Naturalmente, obstáculos atravesados por otras condiciones que los agravan como el género, la orientación sexual, el lugar de origen o el nivel socioeconómico.

De esta manera, es posible decir que en nuestro país existe un sistema adultocentrista que oprime a las juventudes a través de distintas manifestaciones. Es por ello que resulta frecuente ver a jóvenes profesionistas que se les niegan puestos de trabajo por carecer de experiencia laboral, o a jóvenes que son detenidos de manera arbitraria por creer que están vinculados a alguna actividad delictiva. Es incluso normal negar o limitar los espacios en las discusiones públicas y en los cargos de elección popular a las juventudes.

Sin duda, todo esto resulta paradójico, pues tarde o temprano existe un relevo generacional que se presenta y que obliga a que las juventudes asuman los cargos y las decisiones públicas de las que son frecuentemente excluidas. Así, el relevo generacional es el proceso que rehidrata la política al traer frescura, perspectivas distintas y nuevas formas de solucionar las problemáticas sociales. Esto habrá de ocurrir con especial cuidado en conocer y aprender de los errores del pasado. Por ello, es fundamental romper el ciclo vicioso que limita a las juventudes en la exploración y desarrollo de nuestras capacidades y nos deja indefensas ante el mundo al que tarde o temprano debemos enfrentar.

Haciendo un símil con el camino que las mujeres hemos tenido que recorrer para lograr el reconocimiento auténtico de nuestros derechos político-electorales y sociales, resulta claro que todo comienza por lo simbólico. De tal suerte, el hecho de que MORENA le haya apostado a las juventudes y haya visto en nosotras y nosotros las cualidades necesarias para acceder a candidaturas, y que el pueblo guerrerense nos haya dado su voto de confianza para convertirme, en mi caso, en la Diputada Local más joven en la historia del Congreso del Estado, no es menor. El hecho de que desde el Congreso hayamos celebrado un Parlamento Juvenil con representación de las distintas regiones y de los distintos grupos sociales de nuestro Estado no es menor. Desde este tipo de actos simbólicos que nos recuerdan la importancia de las juventudes, comenzamos a nombrarnos y a hacernos notar. Comenzamos a normalizar nuestra intervención.

Desde ese punto trascendemos hacia lo sustantivo. No es sólo el hecho de que sea la Diputada más joven, sino el hecho de que he usado esta plataforma política para impulsar, hasta ahora, dos reformas legislativas históricas en materia de los derechos de las mujeres: la despenalización del aborto y el combate a la violencia obstétrica, lo cual también evidencia que las juventudes no sólo le entramos a nuestros temas, sino que actuamos por y para el mundo.

No es sólo el hecho de que se haya celebrado un Parlamento Juvenil donde las y los parlamentaristas vertieron sus propuestas y reflexiones, sino el hecho de que estas intervenciones serán retomadas para enriquecer nuestra Agenda Parlamentaria como Legislatura. Así, es desde los actos simbólicos desde donde acuerpamos la representatividad y los convertimos en resultados sustantivos.

Y esos resultados sobran: tenemos a valientes jóvenes como Malala Yousafzai que a muy corta edad fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz. O tenemos juventudes talentosas como Paola Espinosa que a muy corta edad se han convertido en medallistas olímpicos, o como Cristóbal Miguel García, quien a los 17 años fabricó el acelerador de partículas más barato del mundo.

Es cierto que todos los casos anteriormente mencionados son posibles gracias a una serie de circunstancias y privilegios como el acceso a la educación, a la salud o a una vida digna. Sin embargo, la realidad es que estas historias son también posibles gracias a los caminos que las juventudes decidimos emprender, caminos que suelen ser a contracorriente y que implican tener que probar continuamente nuestra capacidad y talento ante una sociedad que nos ha oprimido y constantemente nos cuestiona.

Entonces, ¿cómo aceleramos este proceso de reconocimiento y de redignificación de las juventudes? Construyendo oportunidades. Como legisladora tengo, en conjunto con mis compañeras y compañeros, la facultad y también la responsabilidad de ajustar los marcos legales para el beneficio de las juventudes guerrerenses. Sin embargo, el quehacer no queda ahí. Desde las distintas trincheras en las que nos desenvolvemos en el ámbito profesional podemos incidir en distintos modos. Desde darle la oportunidad laboral a un joven preparado para que comience a ganar experiencia. Desde escuchar los sentires de nuestras y nuestros familiares más jóvenes sin desestimarles por su edad, hasta confiar en esa o ese joven que busca un cargo de elección popular y que ha demostrado en los hechos ser digna o digno del apoyo ciudadano.

Sólo hasta acostumbrarnos a ver a jóvenes protagonizando el espacio público, podremos comenzar a reducir la violencia, la discriminación y el rechazo que continuamente se dirige a nosotras y nosotros.

Me permito cerrar este artículo con una filosofía de vida que ha guiado mi caminar como joven y como mujer:
«No me resigno a que, cuando yo muera,
siga el mundo como si yo no hubiera vivido».
Pedro Arrupe, SJ.

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