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* A sus 17 años, estudiaba el bachillerato, fue por tortillas y cuatro hombres se la llevaron en un auto

* No hubo denuncia; como el suyo, hay muchos casos y “la gente ni cuenta se da”, conjetura

* Fue liberada por uno de sus captores, quien debía matarla y desaparecer su cuerpo

* En cautiverio, vio a otro secuestrado, un hombre del que nunca supo nada

ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Acapulco, 18 de febrero de 2020. Mariana tenía 17 años cuando salió a comprar tortillas en la colonia Progreso y ya no regresó. Es decir, no regresó cuando debía. Lo hizo casi dos días después: violada, golpeada, sobreviviente de un secuestro fallido y liberada solo gracias a que uno de sus captores en lugar de matarla y desaparecer su cuerpo, como era la instrucción, la arrojó desde un vehículo a la banqueta.

Cuando han transcurrido seis años de esos hechos, Mariana –como acepta ser llamada para proteger su identidad- está de paso en Acapulco, pues ahora vive en otra parte del país, es madre de una pequeña y se decide a contar su historia. Lo hace, dice, porque lo que le pasó “sigue pasando” en Acapulco y la gente ni siquiera se da cuenta.

Ella misma no se daba cuenta. Mariana es una joven menudita, más bien chaparrita. Todavía parece una niña. Y cuando fue raptada, dice, era todavía más pequeña y flaca. Estudiaba en el Colegio de Bachilleres, institución a la que nunca regresó después de entonces. No fue raptada para pedir rescate, aunque sus captores intentaron pedirlo.

La entrevista se lleva a cabo en el interior de su domicilio, en la colonia Progreso. Los hechos ocurrieron el 4 de junio, a las 2 de la tarde, a una cuadra de su vivienda.

Era, dice, un día común. Ella salió a comprar tortillas a la tortillería que está a la vuelta, justo en la siguiente calle de donde había vivido hasta entonces con sus padres y sus dos hermanos. Hasta ahí, no había absolutamente nada extraordinario. En esas calles creció, la gente la conocía; pero cuando se la llevaron, nadie vio.

“Yo fui por tortillas y al llegar a la tortillería, (se detuvo) un auto con cuatro sujetos arriba, me subieron a su carro, como a las 2 de la tarde. Me subieron, me golpearon, me taparon la cabeza. Estuvimos alrededor de una hora en ese carro. Al final me llevaron a una casa”, empieza su relato.

Durante esa hora, el vehículo estuvo en movimiento. Mariana dice que pensó que hicieron un trayecto muy largo, a un lugar muy lejano; los hombres le taparon la cabeza con una tela y no le permitieron asomarse. Hasta ese momento no había ninguna explicación de lo que estaba pasando.

“Al llegar a esa casa yo recuerdo que esa casa tenía una herrería como de peces, de pececitos, es lo único que recuerdo, era un portón de lámina verde. Me metieron a un cuarto en seguida. Ahí había una persona, igual, secuestrada, un hombre. Estuve ahí alrededor de día y medio, abusaron sexualmente de mí tres personas, sufrí amenazas. Me investigaron, me preguntaron quién era yo, cómo se llaman mis papás, en qué trabajaba, dónde estudiaba, cuántos años tenía, si tenía novio. Todo, todo de mí. Y pues nada: estuve sufriendo violencia, me golpeaban, me golpeaban, porque yo tenía mucho miedo y lloraba. Y ellos eran personas que nomás se estaban drogando. Estuve golpeada, violada. Y me amenazaban de que me iban a llevar a otro lugar, que iban a ir por mí. Yo escuchaba que decían eso: que iban a llegar unas personas por mí. Mas sin embargo nunca llegaron esas personas”.

Durante el tiempo que estuvo en cautiverio, cuenta que los hombres se la pasaban en la misma casa, emborrachándose y drogándose, y atacándola sexualmente. Excepto uno, que fue el que finalmente la liberó. El otro secuestrado también era golpeado y amenazado.

“Me decían que iban a pedir dinero a mi familia, pero mi familia es humilde totalmente, mi papá aparte de que ahorita no tiene mucho trabajo, está enfermo, y mi mamá es la que llevaba todo el gasto, y ella vende comida en su trabajo, trabaja en una empresa donde exportan mango y ella lleva la comida, nada más a esa empresa, y hace el aseo. Pero no es mucho, no somos una familia rica, somos pobres, somos humildes”, cuenta.

A una pregunta sobre el particular, dice creer que en realidad su captura fue completamente al azar, pues los hombres no sabían nada de ella y por eso le preguntaban todo.

Ella no lo sabía, pero en esos momentos sus padres y sus hermanos –uno de ellos falleció posteriormente- andaban buscándola en hospitales y en el Servicio Médico Forense, preguntando a sus amigos si la habían visto o estaba con ellos, preguntando en la calle a donde fue a comprar tortillas, sin ningún resultado. En el Semefo, relata ahora, su madre pasó a ver los cadáveres y le contó que vio muchas jovencitas muertas, con características similares a las suyas, “y no salen ahí, inclusive no sonaban (en los medios de comunicación), y la gente no se daba ni cuenta de lo que estaba pasando, y a estas alturas no se dan ni cuenta de lo que está pasando”.

Casi al cumplirse dos días de su cautiverio, uno de los hombres –de cuatro que eran, tres permanecían en la casa- “decidió soltarme, me subió al carro. Igual yo había escuchado que les había dicho a las otras dos personas que me iba a matar, que me iba a desaparecer. Él fue el que me llevó al carro, me sacó de esa casa, pero me dejó libre, me tiró a la altura de la Cima y yo estaba sin nada, nada más traía una blusita, no traía ropa interior, estaba descalza, golpeada. Como pude me comuniqué con mis papás, con mi mamá, y ellos fueron por mí”.

Eran alrededor de las 4 de la tarde cuando la liberaron, frente al Oxxo, adonde acudió para pedir ayuda. En esa zona de La Cima normalmente se ponía un retén policiaco, pero no estaba, o nadie vio, y ella tuvo que esperar a que llegaran sus padres para volver a casa.

“Nunca levantamos una denuncia, nunca hicimos algo para dar con esas personas. Mis papás y yo sabíamos que no íbamos a dar con esa gente. Entonces lo que optamos fue que me mandaran a (otra ciudad) para no vivir aquí. La verdad, todos vivimos con ese miedo, con esa precaución, de ver quién nos sigue en la calle, de estar alerta siempre. Mi hermano mayor falleció después de eso, como al año, y otro vive totalmente alerta porque tiene una niña y tiene un niño también él. Inclusive tenemos en mente irnos de aquí, porque yo más que nada me doy cuenta de que todo eso, de seis años para acá, ahorita, en este año, se están volviendo a ver esos casos cada vez más seguido, y yo me doy cuenta de que las muchachas ya no regresan. Sus familias las buscan en redes sociales, todo, sus familiares las buscan, pero creo que ya no regresan”.

Aceptó la entrevista, explica, por eso, para que se sepa. El miedo no ha sido superado, la indignación, el trauma, el dolor ni la pesadilla. Pero hay que contarlo, dice, que todos lo sepan, que todos tomen precauciones.

“Yo estudiaba en el Bachilleres en el plantel #. Ya no regresé. Después de eso yo no quería salir, no quería nada, inclusive no fui yo a darme de baja, fue mi mamá, ya no regresé, no quería salir, porque para mí era… tenía mucho coraje y yo no quería, decía que yo no merecía eso. Me preguntaba por qué yo, si yo no tenía amigos así (delincuentes), mucho menos andar con una persona de ahí, ni mis hermanos, y mi papá tampoco. Ora sí que somos una familia que nos cuidamos mucho de ese tipo de personas, porque sea como sea, nosotros somos pobres, pero yo sé que ni yo ni mis papás ni mi hermano en paz descanse, nos hubiéramos metido en algo así para salir de la pobreza. Igual, sea como sea, salimos adelante, trabajando. Porque quieran o no hacen un daño a la gente, ya sea los que venden droga, los que cobran la cuota, los que secuestran, todo eso es absolutamente y completamente malo, a nuestros ojos”.

-¿Qué te cuentan tus papás de esos momentos?

-Mi papá es muy reservado, como está enfermo, no tiene el habla, no me cuenta nada, no puede hablar, no es muy expresivo, pero mi mamá completamente desesperada, rebasada, imaginándose lo peor: con mis hermanos buscándome en hospitales, en el Semefo, buscándome en las calles, preguntando a mis amigas, a mis amigos, si yo estaba ahí con ellas. Mi mamá y mis hermanos siempre, desde el principio, se dieron cuenta de que había pasado algo malo, porque yo nunca salía sin avisar, siempre sabían dónde estaba. Se les hizo completamente raro que yo no llegué de las tortillas. Fui a comprar tortillas y ya no regresé a mi casa, hasta después de día y medio, completamente golpeada, violada, diferente regresé. Sí fue muy duro para ellos. Mi mamá ni sabía ni a dónde ir a buscarme, totalmente desesperada. Lo único que le daba consuelo era orar, orar mucho por mí, ir a la iglesia, pero se imaginaba lo peor, y mis hermanos por igual.

“Yo voy a irme a finales de mes, voy a vivir allá (en la otra ciudad a la que se fue tras estos hechos), porque no puedo vivir aquí. Yo pienso que igual será mi estatura, no sé: me han asaltado ya en la colonia, y me da mucho miedo que me vuelva a pasar esto. Expuestas, todas las mujeres. Tengo un hermano, el otro falleció. Nos quedamos con ese coraje, con esa impotencia de no poder hacer nada. Prácticamente, sinceramente, no creo que den con esas personas, ni en ese tiempo ni ahorita, la verdad”.

 

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