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ROBERTO RAMÍREZ BRAVO   /

 

Yndira Sandoval Sánchez, activista por los derechos de las mujeres, denunció que fue detenida y violada por una mujer policía municipal en Tlapa. Como respuesta, ha tenido un linchamiento mediático y en redes sociales.

El solo hecho de que haya ocurrido la violación como la cuenta, es ya un tema relevante, pero además, lo es el que la víctima sea alguien que se dedica a defender a las mujeres de este tipo de violencia, y que estaba en Tlapa precisamente para dar una plática sobre estos temas.

El que la agresión haya provenido de un elemento policiaco -que debería garantizar la integridad de las personas- y que hubiera sido ejecutada por una mujer -en la lógica de que tendría que haber cierta empatía de género entre ambas- solo agrava las cosas.

Los hechos ocurrieron el 16 de septiembre. Yndira Sandoval había acudido junto con su compañero a una clínica para atenderse de una lesión que se produjo con un clavo a la altura del pecho. Eso está totalmente documentado. Luego vienen dos versiones al origen de todo: según la policía, ambos se habrían negado a pagar los servicios y, según la activista, su compañero había ido a un cajero a sacar dinero porque no les recibieron el pago con tarjeta. Él fue detenido al salir de la clínica, y ella al ver eso, intervino, y también fue detenida; a ambos los encerraron y a ella, de acuerdo con su denuncia, la violó una de las dos mujeres policías, mientras la otra observaba.

Pasó un mes y el incidente no tuvo mayor repercusión hasta que Sandoval lo denunció en los medios el domingo pasado. Entonces se supo que el caso, aunque fue denunciado ante el Ministerio Público al día siguiente, no había sido atraído por la Fiscalía Especial para Defensores de Derechos Humanos porque, según declaró el vocero de seguridad, Roberto Álvarez, al periódico español El País, “el expediente se quedó durmiendo el sueño de los justos” y “de manera irresponsable no se aceleró la investigación”.

Lo que vino luego fue una campaña mediática y en redes sociales contra Sandoval, en la que participan alegremente algunos periodistas de Acapulco y Chilpancingo, y las propias autoridades municipales, esforzados en dos cosas: demostrar que la activista no es una blanca paloma, y que la mujer policía es madre y trabajadora y, sobre todo, víctima de la prepotencia de su detenida.

En periódicos nacionales y locales se difundieron fragmentos de videos sobre la detención, en los que se muestra a Sandoval aparentemente alcoholizada. Los comentarios a las imágenes destacan que trae en su mano “ropa interior”, sin precisar que se trata de un sostén, ni contextualizar la lógica de haberse quitado la prenda para ser atendida de una herida en el pecho. Luego, circularon en redes sociales (difundidos, insistentemente, por reporteros) un audio y un video de la mujer policía, quien narra con detalles y fluidez, cómo supuestamente fue agredida y pateada por Sandoval, cómo intentó ayudarla, y la explicación no pedida de que ella es madre de familia y por tanto no es una violadora.

Pero la difusión del video solo enturbia las cosas, porque es parte del protocolo y no tenía que difundirse, por lo que en realidad es una revictimización. En él no se muestran en ninguna parte las agresiones que la mujer policía refiere, solamente se le hace una pregunta a Yndira Sandoval y ella responde: “beber no es delito”.  Hay que precisar que aquí el tema no es si ella está borracha, o si ha escandalizado: aquí se trata de una violación. Yndira lo sabe bien, por eso explica que beber no es un delito; si hubo escándalo, tampoco es de lo que se está tratando. En cambio, no se puede pasar por alto la proclividad de todas las policías municipales para cometer abusos.

Solo se trata de una violación. Y sobre ese punto, el examen médico del Issste, confirmó laceraciones y lesiones de manipulación e irritación aguda en prácticamente toda el área vaginal; y la Comisión Nacional de Derechos Humanos practicó el protocolo de Estambul que refuerza la veracidad de la denuncia.

Pero a Yndira se le quiere linchar. Por eso el uso simbólico de las palabras: cargaba la ropa interior en la mano, andaba borracha, es hija de una diputada, es “importante”, es influyente. En cambio, la mujer policía es indígena, pobre, y madre de familia.

Este caso recuerda a otro: cuando en Chilpancingo dos jovencitas desaparecieron, la sociedad se movilizó, y entonces resultó que no habían sido secuestradas por sicarios, como se temía, sino se habían ido de casa por propia voluntad. Se desataron las recriminaciones y un reportero capitalino publicó en su cuenta de Facebook que la sociedad merecía una explicación de parte de las jóvenes, indignado porque seguro habría preferido que las hallaran muertas o violadas. Y Francisca Meza lo sintetizó así en su cuenta de Facebook: “La muestra de que estamos jodidos es que la sociedad se enoja porque dos chicas desaparecidas aparecieron bien… y buscan denostarlas”.

El caso de Yndira Sandoval es similar: ahora quieren demostrar que, si bebió, lo mereció.

 

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