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MIGUEL ÁNGEL ARRIETA   /

 

Presos de la teatralidad representada en la reaparición del ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer, los priistas de Guerrero cayeron en la trampa propagandística de que el regreso del político huitzuqueño era la pieza que faltaba para reactivar al tricolor en la ruta 2021, sin atender una clave lógica: desde 2015 el Grupo Figueroa dejó de ser parte de los activos del PRI en la entidad.

Si bien la celebración del cumpleaños 80 de Figueroa Alcocer, significó el vínculo que reunió a tres ex gobernadores, -Ángel Aguirre Rivero, René Juárez Cisneros, el propio Rubén Figueroa-, y al Gobernador Héctor Astudillo Flores, también es un hecho que el legado político de don Rubén se diluyó al pasar la estafeta del figueroismo a su hijo, Rubén Figueroa Smutny.

Figueroa Smutny es el Michael Corleone que heredó el poder, con la diferencia de que su padre aún vive, y no llegó a la fiesta del octagenario, lo que es interpretado como un mensaje de que el grupo político-empresarial que representa, todavía no concilia con los intereses priistas.

Por lo pronto, desde el proceso electoral del 2015 los operadores electorales del figueroismo han servido a opositores del PRI. De hecho, nadie ha borrado la percepción de que sin el apoyo de Figueroa Smutny, Evodio Velázquez nunca hubiera ganado la presidencia municipal de Acapulco.

El problema para los priistas es que la referencia a la reaparición del viejo ex mandatario, refleja el nivel de extravío en que se mantienen los del tricolor en la tarea de encontrar el rumbo de su partido.

Al final de cuentas, apenas cuatro días después del cumpleaños de Figueroa Alcocer, los priistas se dieron cuenta que “la pieza que hacía falta” la encontraron en el discurso del Gobernador Astudillo Flores durante la sesión del Consejo Político Estatal del PRI: “tenemos que reconstruirnos con inteligencia, con puntualidad y sin demora”, indicó el mandatario en su calidad de militante.

El breviario partidista pronunciado en pocas líneas por el gobernador, debería ser suficiente para que los priistas se sacudan la personalidad de ser administradores de la debacle del 2018. No es posible que casi 18 meses después de la derrota no cuenten con un liderazgo capaz de reconstruir al partido con propuestas ideológicas y estructuras de lucha social, y destierre de una vez la mentalidad de llamar a votar en función de compraventa de cargos o posiciones de poder.

De ahí que cuando Astudillo recomienda a los priistas no subestimar a nadie, la nomenclatura del poder tricolor asimile el concepto de celebrar alianzas “para ser capaces de llegar y enfrentar nuevos retos”.

La clave del discurso de Astudillo se localiza en la interpretación práctica de la relación de poder que ha mantenido el mandatario guerrerense con el presidente López Obrador: generar entendimiento institucional sin lesionar la visión política de los jefes del ejecutivo federal y estatal.

Durante el primer año de gobierno de López Obrador, Astudillo Flores definió bases de respeto mutuo y cooperación desde una perspectiva republicana, de tal forma que se colocó entre los gobernadores más cercanos al presidente, y para analistas nacionales, eso lo convierte en la pieza que hacía falta para que el priismo de Guerrero detecte rutas de actualización.

Después de todo, en las votaciones del 2021 la competencia se radicalizará en el plano local. El debate electoral se deslizará entre personajes identificados regionalmente y no llegará con el blindaje lopezobradorista del 2018.

El dilema esencial del PRI-Guerrero, es que se mantiene entrampado en la indecisión para mantenerse como una delegación indexada a los intereses de su dirigencia nacional, en lugar de convertirse en un instituto estatal con autonomía estratégica.

En el fondo, los priistas deben despertar de ese letargo que los orilla a pensar que con abrazos entre René Juárez, Ángel Aguirre y Rubén Figueroa, llegará en automático la recuperación de lo perdido.

René Juárez ni siquiera radica en Guerrero desde hace diez años. Ángel Aguirre milita en el PRD y hundió al PRI en el 2011, mientras que Rubén Figueroa Alcocer entregó el poder a su hijo, quien nada quiere con el PRI.

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