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No nos van a callar

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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN   /

 

México es un cementerio de fosas clandestinas en las que no obstante, se deposita una esperanza: encontrar a los desaparecidos; saber por fin, cuál ha sido su destino final para alcanzar la paz, que es imposible, ante un dolor que no se puede definir.

Ese dolor sin explicación que martiriza a los seres queridos de los forzadamente ausentes; vulnera también el corazón de los familiares de aquellos a los que embistió la muerte de forma intempestiva y los dejó tirados en el suelo, en medio de un charco carmesí, por culpa de una mano, la mayoría de las veces, desconocida.

Esa es la inmensa pena que sufren quienes conocieron de cerca a Javier Valdez Cárdenas, periodista asesinado el pasado 15 de mayo en Culiacán, Sinaloa, justo al salir de su trabajo y en pleno centro de la ciudad, cuyas calles recorrió en su ejercicio periodístico para, a través de su columna Malayerba, dotar de rostro humano a las víctimas de la violencia cruelmente cotidiana del narcotráfico y del crimen organizado.

La rabia y la impotencia de la comunidad periodística nacional e internacional por el asesinato del cofundador de Ríodoce y escritor de varios libros, detonó un movimiento inusual, tumultuoso y desesperado de periodistas, porque junto con Javier, suman ya seis los comunicadores masacrados solo en tres meses en México sin que no solo no haya solución alguna para esos crímenes, sino que sus casos están cubiertos por un ominoso silencio oficial que apenas ahora se rompió, mediante la reunión emergente del presidente, Enrique Peña Nieto y el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, con la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), debido a la unión a distancia y las protestas airadas de periodistas de varios estados del país, que pugnan por organizarse bajo el ojo avizor de colegas y de organismos internacionales defensores de los derechos humanos.

En esa reunión, todos esos testigos de palo de la masacre nacional, anunciaron, para los periodistas, medidas de protección de muy largo aliento, muy parecidas al característico bla-bla-bla.

Pero, al menos, parecen haberse dado cuenta de que en lo que se refiere al asesinato de periodistas ya no será tan fácil decir que sucede lo mismo que en los otros decenas de miles de casos, que, a juzgar por las circunstancias, han muerto nada más porque sí; porque México es ahora un país de muertos a la fuerza, de muertos por mala suerte, de muertos por hallarse en el momento y a la hora en la que no debían o –como dicen que dicen siempre las autoridades-: “porque seguro andaba metido en algo”.

No. En el caso del masacrado periodista Javier Valdez, como en los de los demás compañeros comunicadores, el gremio periodístico nacional y hasta el internacional, no pueden permitir tamaña simplificación del drama. En estos casos, la principal línea de investigación debe apuntar hacia la tarea que realizaban, hacia el trabajo que hacían, hacia lo que escribían o decían o hacia lo que no alcanzaron a decir.

Y Javier, tanto en sus libros, como en su espacio de La Jornada y en su famosa columna Malayerba, se dedicó por espacio de muchos años, a retratar la violencia con nombres y apellidos, y según revela Ricardo Rocha en su artículo de hoy en El Universal, al parecer, el desaparecido periodista preparaba un nuevo libro “sobre la simbiosis del poder político y los grandes carteles de la droga, que definen el concepto de crimen organizado”.

Sí; eso es lo que hay que exigir; una investigación exhaustiva sobre el ejercicio periodístico de los otros últimos sacrificados en aras de su quehacer: Cecilio Pineda Birto, director de La voz de Tierra Caliente y ex colaborador de La Jornada Guerrero, quien fuera ultimado el 2 de marzo; Ricardo Monlui, director del portal digital El Político de Córdoba y columnista en el Diario de Xalapa, Veracruz, asesinado el 19 de marzo; Miroslava Breach reportera del Norte de Ciudad Juárez y corresponsal de La Jornada, baleada el 23 de marzo; Maximino Rodríguez del portal de noticias Colectivo Pericú masacrado en Baja California Sur, el 14 de abril, y lo mismo Filberto Álvarez en el estado de Morelos, el 29 de abril , todos, de este mismo año.

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