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JOSÉ LUQUE    /

 

 

Hoy sábado tuvimos otra alerta sísmica a las 8 de la mañana, la gente salió como pudo de sus casas y departamentos, vestidos y medio vestidos, con el corazón en la mano y esperando el desenlace, el cual felizmente nunca se desencadenó. Esta vez solo fue el susto, pero el terremoto del jueves pasado nos ha calado profundamente, estamos con incertidumbre y miedo, los edificios derruidos, el zarandeo de nuestros cuerpos, las pésimas noticias, la idea de salir adelante, los brigadistas, los centros de acopio, los albergues y los puños solidarios en alto. No voy a describir lo que pasó en todo México, solo hablaré de un pequeño lugar de esta gran ciudad que es la Colonia del Valle, uno de los lugares más golpeados por el fenómeno telúrico.

Vivo en este lado de la Ciudad de México desde hace 12 años, el terremoto me sorprendió al igual que muchos en mí centro de trabajo, el plantel del Valle de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que se encuentra en la calle San Lorenzo, justo detrás del hospital 20 de Noviembre, estaba en mí cubículo con Emilio José, mi hijo menor de ocho años cuando todo empezó a moverse, era un segundo piso así que pusimos los pies en polvorosa y logramos alcanzar el patio central, fueron segundos interminables, el silencio y algunos lamentos, después la quietud y el desconcierto. Nuestras miradas se cruzaron eternas por un minuto y de repente comenzamos a organizarnos a preguntar por nuestras familias, a recibir noticias que tardaron siglos ante el bloqueo de nuestros celulares y la perdida de señal de internet, fue el primer terremoto ocurrido en la capital de México en la era de la globalización.

Foto Erizos.mx

Las noticias corrieron poco a poco, los edificios derruidos emergieron a unas cuadras y las ventanas destruidas se formaron cómo parte de un síntoma cotidiano del desastre, Del Valle, Tlalpan, Villa Coapa, la Condesa y la Roma, se mostraron como cadenas de la desgracia del cinturón sísmico. Esta vez le tocó a la sufrida clase media de la Ciudad de México, colegios derruidos, centros de trabajo, golpes y golpes, como si no fuese suficiente pagar impuestos agresivos y sufrir la oleada del crimen organizado. Esta vez el golpe fue duro y certero.

La tarde del jueves fue el tiempo que nos tomamos para reflexionar el golpe y enterarnos de sus consecuencias y reaccionar, los primeros voluntarios y brigadistas se tomaron las calles y acudieron en auxilio del prójimo, del vecino, del chilango y la chilanga afectada, con las manos, palas y herramientas improvisadas iniciaron los rescates, mientras tanto, el gobierno, aturdido, reaccionó un poco más tarde, la libertad de la sociedad y su solidaridad se movieron antes que las burocracias. Los parques repletos, las calles

Llegaron las noticias y las imágenes difundidas por los medios hegemónicos como Televisa y TV Azteca, nos enteramos así del desastre del Colegio Rebsamen y de la irrealidad del caso de Frida Sofía, pero también pudimos saber de otros casos que fueron develados por los ciudadanos de a pie por la redes sociales y por medio de ellas se activó el músculo de la gente de a pie que se volcó por las calles creando y construyendo solidaridad ciudadana, emergieron más brigadas, más albergues y más centros de acopio, los supermercados se llenaron de personas que buscaban despensas y medicinas para cobijar a los afectados, la Ciudad de México, el sur de esta hermosa megalópolis se transformó en cuerpo hirviente de solidaridad.

Así han sido los últimos días, de solidaridad y de desconfianza frente a la acción del gobierno, pero el saldo es positivo, nos hemos demostrado y les hemos demostrado a la corrupta clase política que sí tenemos espíritu y cultura cívica, que nos ayudamos cuando es necesario y que sencillamente ya no votamos porque consideramos que su democracia, la de la clase política, es un vil engaño.

Hoy somos orgullosos ciudadanos chilangos.

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