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MANUEL NAVA   /

 

La obsesión de la administración Trump por reducir el déficit comercial de EU con Canadá y México amenaza el futuro de la relación comercial entre los tres países, ha sido una constante desde que Donald Trump se encontraba en campaña electoral. Fueron las autoridades federales quienes nunca creyeron en la posibilidad del escenario en que hoy nos encontramos.

Sea con una ruptura definitiva o con la cláusula sunset de que sea un acuerdo a renovar cada cinco años, el resultado es el mismo: El pacto comercial pierde sentido y vigencia; en contraste, para la escenario positivo los argumentos se diluyen: cada vez existen más señales de que las exigencias de Estados Unidos en diversos temas podrían ser inaceptables para Canadá y México.

Los comisión negociadora mexicana encabezada por Luis Videgaray siempre ha partido del supuesto de que el magnate terminará por convencerse del daño que podría causar su decisión y todo volverá a la normalidad.

Trump no negocia desde la racionalidad común sino desde la suya y desde las necesidades geopolíticas de su proyecto: El neoliberalismo ha perjudicado a una clase empresarial poderosa y ese esquema de hacer negocios será modificado. México no está siendo tratado como un socio comercial ni como un vecino con quien tener relaciones diplomáticas de armonía sino como un asunto de seguridad nacional.

En ese sentido la reducción del déficit comercial de EU no es objetivo principal de la renegociación, es solo parte de la trama del juego.

La reelección de Trump se está comenzando a construir desde ahora. Las encuestas podrán marcar una fuerte pérdida de popularidad del mandatario,  podrá haber amagos de entablar mecanismos legales para su remoción pero su base electoral se encuentra intacta y la necesidad de cumplir sus promesas de campaña para alimentar a su base, están incrementando el riesgo de que el acuerdo no sobreviva.

En informe de 2016 del  Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) dice que el 56 por ciento de las exportaciones mexicanas en el marco del TLCAN provienen de 5 estados y ninguno de ellos está en el sur del país.

Ello no significa que la cancelación o renovación del TLCAN sea un hecho irrelevante para las entidades del sur.

La expectativa de desarrollo de las Zonas Económicas Especiales adquiere su relevancia en el contexto de  un TLCAN renovado y vigoroso pero también en el contexto un ejercicio diferente de política.

La realidad es que los poderes locales son los dueños de esas economías de enclave, y no les gusta la competencia de los foráneos.

Los impuestos al trabajo, pensados para un monopolio pre-TLCAN, o para una fábrica de coches, no son costeables en actividades como la manufactura ligera, que es donde podrían empezar algunas de estas regiones.

Las leyes de los lugares más pobres de México no protegen las inversiones o facilitan el comercio de mercancías.

Deben romperse los monopolios locales para que los consumidores en estos lugares del sur, se tengan mejores precios, y eso permita ahorrar, invertir, y crecer sus economías familiares y empresariales. En lado sureño, los gobiernos siguen siendo un obstáculo al servicio de quienes han sido los dueños de los negocios históricamente.

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