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La ética y los medios de comunicación

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VERÓNICA CASTREJÓN ROMÁN   /

 

La ética es un conjunto de principios y reglas  morales que regulan el comportamiento y las relaciones humanas, y es también parte de la filosofía que trata del bien y el mal en los actos  humanos. Mientras que la moral es  un adjetivo relacionado con la clasificación de los actos humanos en buenos y malos desde el punto de vista del bien en general. Luego entonces, ética y moral procuran lo mismo.

Ética, dice  Fernando Savater en su libro Ética para Amador,  “es el saber vivir o el arte de vivir”.

Y eso tiene que ver con uno de los valores fundamentales del ser humano: La libertad. En ese mismo libro, Savater cita a Octavio Paz:

La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana”. (Octavio Paz, La otra voz).

Pero, ¿hasta dónde somos libres?, ¿hasta dónde mi arte de saber vivir es realmente un arte?,  ¿y si como dicen, la moral no es una, sino muchas; la tuya, la mía, la del director del periódico, la del dueño del canal televisivo, la del que dirige la página web,  la del receptor,  ¿es posible aprender a saber vivir?

La globalización y las redes sociales digitales nos mantienen cerca de un sin fin de influencias y transformaciones que, junto con los diferentes medios de comunicación, van creando a un nuevo ser humano, alejado de los libros, permeado de valores multiculturales que lo confunden y que en su desconcierto arrasa con  las instituciones que históricamente le han servido, pese a todo,  de salvaguarda de los valores humanos: La familia, la escuela, la religión  y el Estado.

Hoy en día, todos quieren sólo dos cosas: dinero y poder. Y en esos dos objetivos cifran los medios de comunicación su esperanza. “La información es poder” y el poder es dinero. Qué importa si para conseguirlo, su influencia sea decisiva en el incremento de la impunidad, o de más violencia social.

Hoy, anodinos mortales ignorantes y faltos de principios son convertidos en  héroes y  heroínas populares por obra y gracia de los medios de comunicación, y se erigen así en modelos de seres humanos que se enriquecen de pronto; o se apropian de la filosofía del príncipe de Maquiavelo y urden intrigas, lesionan honores y pisotean reputaciones. Al final, se pasean en carros último modelo y viven en inmensas residencias custodiados y custodiadas por guardias.

¿Cuáles son los valores de los actuales trabajadores de la comunicación? ¿Son conscientes de su grave responsabilidad?, ¿son respetuosos de la moral ajena, y trabajan con principios como escudo para las tentaciones?, ¿son sagaces observadores y estudiosos del fenómeno social, y saben del gran poder que una grabadora, un micrófono, un lápiz y un papel adquieren en sus manos?

Ética, como dije al principio, es la ciencia de la conducta, que tiene como fin el estudio del problema del bien y el mal y de la felicidad del hombre, como ser racional que actúa con  libertad.

A la fecha no hay estudios que comprueben fehacientemente que la influencia de los medios de comunicación sea tal, que nos obligue a actuar como autómatas. No son los medios per se, son los medios sumados a la incapacidad de la escuela para transformarse a través de una acción docente, autocrítica y capaz de arrancar a los niños y jóvenes del abrazo tenaz de la televisión, de la palanca del videojuego o del teclado –tan desafortunadamente desaprovechado—de la computadora.

Es la situación político-económica no sólo nacional, sino internacional. Es la pérdida de credibilidad en instituciones antaño fuertes, como la Iglesia y como el Estado. Ante ellos, los medios de comunicación se levantan como un gigante invencible; como un monstruo de dos cabezas: una que usa para el bien y otra para el mal. Una que piensa como ser humano, y otra que se ha despojado de esa cualidad y la considera estorbosa para sus fines.

Gabriel García Márquez lo mencionó en la 52ª. Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, en octubre de 1996. Ahí,  él se refirió a la “deshumanización galopante” de los nuevos egresados de las escuelas de periodismo y comunicación y responsabilizó a la masificación de las escuelas que privilegian lo informativo  por encima de lo formativo:

“La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian (…) de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo (…)”.

 Al final de esa conferencia realizada en Los Ángeles, el presidente de la Fundación Nuevo Periodismo, el gran Gabo recalcó que “la formación de los comunicadores debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones,  la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

 ¿Para qué nos sirve pues, entonces la ética si muchas veces es un obstáculo para el enriquecimiento? Pues simple y sencillamente, para ser felices, ya que, como todos sabemos, no hay mejor almohada, que una conciencia tranquila; y  ésa sólo se consigue construyendo la dicha de nuestros días, respetando los derechos  de los demás y sabiendo hacer un adecuado uso de nuestra libertad que, como ya la definió líneas arriba Octavio Paz: “Es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No”.

 Tan simple como eso, ¿no es verdad?

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