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* Desafiemos el mito de nuestros ancestros y esta Semana Santa metámonos a las aguas cristalinas de nuestras costas y altas montañas de la nación de la lluvia, y que los que logremos salir nos volvamos panes, y los que no, quizás por ser más pecadores, nos volvamos pescados, y así le demos un poco de comida a los niños y niñas indígenas de la montaña que tanta falta les hace

KAU SIRENIO  /

Entre la Nación de Ñuu Savi (Pueblo de la lluvia), durante años las comunidades construyeron su propio mito sobre la Semana Santa. En estos días de la semana mayor en el calendario gregoriano no se debe ir al río, al mar o a alguna laguna para refrescarse, ni siquiera, en algún manantial porque son días que se tienen que mantenerse en la casa y en ayuna, porque es muy peligroso para la persona que se atreva a desafiar la fe de algunos católicos Ñuu Savi.

Recuerdo haber escuchado las encomiendas de los sabios de las comunidades del municipio de Metlatonoc, allá en la Montaña de Guerrero.

—No te metas al agua, hijo— Recomendaban todos los padres y las madres en los días de la Semana Santa que preocupados vigilaban que sus hijos no vayan al río, porque según dicen, es kivi ka’nu (día grande) de la semana, porque es muy grande y delicado, días de guardar, limpiarse el espíritu, ahuyentar los pecados, y la búsqueda del perdón.

Y es que son los días de ayuno casi total que con mucha diligencia sigue la gente de la lluvia casi al pie de la letra. La penitencia era dura, si de por sí no comíamos carne durante todo el año, todavía hay que guardar la ayuna en Semana Santa.

Apenas se puede comer un pedazo de tortilla y tomar un sorbo de agua que de cierta forma es la manifestación de la solidaridad con el hijo de dios, Jesucristo, que murió en la cruz por todos los hombres y las mujeres que integran la humanidad.

El ayuno na savi es emular el sufrimiento de aquel hombre que murió en la cruz sin probar alimento, ni haber tomado un poco agua. Un hombre que en la época del imperio romano se le siguió un juicio sumario, recibió los más afrentosos castigos, y fue muerto en la cruz, que en ese tiempo fue el peor de los castigos para los que retaran las leyes romanas.

Para la gente del pueblo de la lluvia, en los días jueves y viernes santo está prohibido acercarse al agua, al río o al mar, porque es sencillamente una traición a Jesucristo. Aquella persona osada que se embulla al agua representa un pecado mortal que se paga con una conversión, que, en forma única, indivisible, y para siempre, se vuelve un pescado, y por consiguiente una comida segura para aquellos que tienen la costumbre y el desprecio por la carne roja.

Y ahora, aunque ese es un mito entre los na savi, la realidad es otra. Las playas, ríos, lagunas, riachuelo, ojos de agua, cascadas, albercas, piscinas y cualquier otro lugar donde haya signos de agua, en esta Semana Santa, como otras, estarán seguramente llenas, si no fuera por la pandemia de la covid-19.

A pesar de los esfuerzos para que la población se vacune, la gente tomará como pretexto el clima de la primavera y la celebración de la Semana Santa para escaparse de Ciudad de México.

Todos harán caso omiso a la creencia de los hombres y mujeres del pueblo de la lluvia. Al diablo con los mitos y las leyendas, dirán. ¿Y yo por qué?

Propongo de una buena vez que desafiemos ese mito de nuestros ancestros, y que en esta Semana Santa nos metamos de cuerpo entero como dios nos trajo al mundo a las aguas cristalinas de nuestras costas y altas montañas de la nación de la lluvia, y los que logremos salir nos volvamos panes, y los que no, quizás por ser más pecadores, nos volvamos pescados, y así le demos un poco de comida a los niños y niñas indígenas de la montaña que tanta falta les hace.

Digo de cuerpo entero como dios nos trajo al mundo para que no haya necesidad de desgarrarnos las vestiduras. Que un acto de pecado, para unos, sea una acción de vida para otros.

Tomado de Pie de Página

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