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MARCO PAZ GÓMEZ /

Acapulco, 17 de noviembre de 2022. Llegó un momento donde no sé cómo, no recuerdo cuándo lo encontré; un anciano que inmediatamente me cobijó a su costado, nunca entendí cómo es que llegó al mismo sitio al que yo me acercaba, pues nuestros orígenes por especie eran distintos, jamás podré entender que le hayan hecho lo mismo que a mí, dónde estaba su familia, por qué fue abandonado a su suerte, gracia o desgracia, por qué la gente que él cuidó y crió tantos años, –si es que lo ha hecho como me cuenta en las noches– cuando su espíritu se quiebra lo condena a la miseria y la suerte de no tener más imagen que un espejo enorme de concreto y los monstruos motorizados, será posible que me haya engañado, que me mienta constantemente solo para encontrar un poco de piedad y bondad, esa que sabe no tendría después de su familia.

No lo sé, ni si quiera me doy cuenta cómo es posible que pueda yo pensar en esto, la astucia que desarrollé viene de los pocos años que he vivido y de las cosas que he pasado, aquí en la calle, ahora, no tengo nombre, igual que él, no tengo nada. Será una bendición acaso no tener nada, no me preocupo que me vayan a robar, que me vayan a quitar un poquito de lo que tengo, a él le habrán hecho eso, que es un terreno, que es una casa; él me dice que por eso lo aventaron a la calle, pero que es una casa, cuando me cuenta suena tan hermoso poder tener eso que en ocasiones llorando llama un hogar, que por nada cambiará esto que hoy no tenemos, pero conseguimos por aquello que lo condenó a estar aquí conmigo, porque si realmente fuera algo bello, no lo hubieran condenado al cemento, la mugre, la pestilencia de una ciudad que no sé cómo se llama, pero que es idéntica a la anterior en que viví, que hiede igual, que suena igual, que sofoca igual.

Todo es rápido, pero para nosotros lo único lento es la idea y la oportunidad de morir, nos enfermamos, nos lastimamos y no podemos curarnos, a dónde ir cuando eres menos que nada, no tienes nombre, no tienes presencia, pero qué es eso, presencia es llegar acaso en una cosa de esas de fierro con ruedas que lo soportan y que no sé por qué se frenan en determinadas calles cuando desde lo alto de otro trozo de fierro cuelgan unas cajitas que brincan las tonalidades en gris.

Él me dice que cambian de colores, pero no sé por qué yo no puedo percibir eso, me cuenta de lo bonito que es el cielo cuando está despejado y habla con una pasión del azul y blanco de las nubes, a veces quisiera un poquito de su sensibilidad, pero no somos iguales, vivimos lo mismo; pero nuestras historias son diferentes, a veces quisiera contarle lo bonito que oigo cuando cantan las aves, pero no tengo manera de hacerle entender lo que yo percibo, sólo me acerco a él y si está despierto le hago notar que los pájaros cantan algo que él no había notado.

Pero si nos hemos enfermado, a veces por algo que es parte de lo que vivimos, comer lo que encontramos, las sobras de un montículo de basura, en algunas milagrosas ocasiones alguien nos regala algo de comida que en algún lugar bonito ya no se comió, cómo es posible que alguien no se termine eso que está tan sabroso, cómo alguien deja algo cuando esta delicioso, pero gracias a ello podemos comer algo que aunque no está caliente, nos puede dar la energía para probablemente pasar varios días sin probar bocado.

Sé de su ternura, a veces no entiendo cómo a pesar de que lo que nos regalan, es poco; bien poquito. Él prefiere dármelo a mí, dice que me ve muy flaco, pero eso no es nada, arrastrándome logré sobrevivir y en algún momento cuando no tenía más esperanzas, lo encontré. Creo que se pone triste cuando me ve enfermo, por eso trato de perderme de su vista cuando me siento un poco mal, no me gusta que se preocupe de más, quisiera poder ayudarlo, así como él me ayuda, pero me es imposible.

No sé cómo hacerlo y de verdad lo he intentado, he aprendido que si no puedo dar nada, debo dejar de dar preocupaciones o problemas, si lo único que puedo ofrecer es mi compañía y ésta molesta, para qué puedo servir. Pero después me doy cuenta que si me voy se pone triste, y estoy en un camino donde si me ve enfermo se preocupa y si me voy y no me encuentra, llora. Qué situación tan dura, ver llorar a un hombre que te quiere o hacerlo que se preocupe porque no sabe si estás bien, en ninguna de las dos me siento cómodo, a veces sólo elijo la que pienso que le hace menos daño.

No sé cuántos años tenga él, ni cuantos más pueda vivir, pero es fuerte e inteligente; ojalá pueda encontrar un poco de cariño. Nos ha llovido muchas veces, y tenemos que recoger o esconder lo poquito muy poquito que tenemos, pero que es tener, me ha tocado pelear por lo que pienso que es mío, y a él igual. Una vez hubo mucha sangre, porque alguien se llevó el cartón en el que me acostaba yo y por defenderme, le cortaron un brazo, pero le reventó al insolente una botella de vidrio en la cabeza y le hizo una cortada en la cara al otro, sé que le dolió el brazo, y entendí que uno defiende a veces no sólo lo que es suyo, sino lo que al otro que ve en desventaja le pueden quitar.

Ahí fue de esas veces que no había forma de curarlo, sí estaba mojado y apestaba, no tenía dinero para ir a un doctor de esos baratos que están en alguna de las calles obscuras de esta ciudad pestilente, no me acuerdo cuánto me dijo que tenía que juntar para ir con el doctor y poder hacerse una curación, aparte no habíamos comido y el poco dinero que tenía lo ocupó en conseguir unas tortillas para darme de comer. Me sentí tan mal de que por mi culpa doble no se atendiera, primero por mi cartón lo cortaron y por tener hambre no se curó. –Cuánto bien o cuánto mal le hace mi compañía – no lo sé, no sé diferenciar eso que llaman bueno o malo, sólo sé que si algo no le hace sentir bien, se molesta un poco y se aleja de mí, pero al poco rato regresa y me abraza e incluso se disculpa conmigo de algo que yo mismo hice.

Ya van algunos años que estamos juntos y a veces he pensado que debería acompañarlo alguien más. He visto calles más adelante, alguien como yo, mucho más pequeño, chiquito chiquito, incluso más bonito que lo que he podido ser. Cuando lo encuentro dice que está perdido, pero me di cuenta a la primera, que la calle a la que llegó es muy distinta a la calle de la que salió, no he tenido fuerzas para decirle que quien lo trajo nunca va a regresar por él, porque lo condenaron a la suerte, la misma suerte que la persona que me acompaña los últimos años de mi vida, creo que me he hecho su amigo y me tiene un poco de confianza, espero que me escuche y haga caso.

Quiero presentarle a José, ese hombre viejo y sucio que se pinta con el color de las calles para cuidarme, que ha sobrevivido a todo lo tétrico y absurdo que esta ciudad tiene, este que no tiene nombre a pesar de que alguna vez lo tuvo, le llamo José porque una vez me contó que así se llamaba alguien que cuidó a otro que llegó a su vida, que lo crió y vio crecer sólo para verlo morir.

Es muy triste esa historia, y como no quiero que me vea morir, le llevaré a mi otro amigo chiquito, porque antes de que la desdicha lo invada y sienta que pierde a alguien a quien quiere, me iré, y sé que en el momento que de mi último aliento, siempre le agradeceré que me rescató, cuidó y alimentó cuando estaba necesitado, incluso a costa de él mismo; vivir es bonito, aunque a nosotros nos tocó vivir en la calle: frío cemento e insensible ciudad, vivir es bonito, a pesar de que parezca que no hay esperanzas.

Me llamo Ángel, o bueno, él así me llama, a veces me confundo, pues cuando voy por la calle y alguien me patea o asusta, me gritan “¡pinche perro!”, si llego lastimado o cojeando, él me abraza y me llama ángel, me gusta creer que soy bueno y he hecho algo bueno en la vida, acompañar a un hombre solo, que perdió todo o que le arrebataron todo.

Me duele mucho tener que dejarlo para siempre, pero por eso convencí a mi pequeño amigo de que me acompañe, sé que no me cambiaría, incluso sé que ahora podría alimentarlo a él, pero ya estoy muy cansado, los golpes, las heridas hacen que uno se consuma lentamente, no quiero verlo llorar y por eso, decidí que en unos días, cuando lleve al pequeño, que yo me iré.

Ya encontré un lugar a donde me iré a echar cuando los deje solos, no quiero que me encuentre, sé que me recordará siempre, y yo lo quiero para toda la vida, esa que se me está acabando, ojalá lo hubiera conocido antes, así hubiera sufrido menos, ojalá lo pudiera acompañar más tiempo, pero mi momento está por terminarse.

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